Dosis de realidad
Durante años había pensado que una de las principales ventajas de algunas sociedades, pongamos por caso la holandesa y la estadounidense, era la habilidad de hablarse claro a sí mismos, de compartir un análisis crudo de la realidad y actuar en consecuencia para buscar soluciones sin perder el tiempo. Evidentemente, es una generalización que la realidad demuestra solo a medias. Hoy, en el caso de los estadounidenses, tienen a un presidente incapaz de aceptar que si no abandona rápido la carrera electoral hará inevitable la victoria de Donald Trump y precipitará la huida de donantes. En cuanto a los Países Bajos, se acaba de formar un gobierno de coalición con la extrema derecha y hará falta tiempo para saber si la aceptación de la realidad incluso ha ido demasiado lejos.
Sin embargo, sigo pensando que las sociedades tienen diferentes grados de tolerancia a la realidad y que en España y Catalunya el autoengaño es una tentación siempre presente. Sobre todo en circunstancias emocionalmente intensas, que son demasiado frecuentes en nuestra vida política.
Emocionalidad
El retorno del exilio vuelve a subir la temperatura política, pero ya no afecta a la mayoría de la población, y es imprescindible que el soberanismo calibre cuáles son hoy sus fuerzas y que lo haga con realismo. Los eventos post-Procés han obligado a algunos actores, como el president Carles Puigdemont y la secretaria general de ERC, Marta Rovira, a una resistencia en la distancia y marcada por el trauma del exilio, pero la Catalunya de hoy no es ni socialmente, ni electoralmente ni demográficamente el mismo país que dejaron. Tampoco su liderazgo representa lo mismo en sus partidos políticos.
La vuelta de Marta Rovira la ha facilitado la chapuza jurídica con la que el Estado ha combatido a menudo el Procés, que acaba con el caso del Tsunami pero que empezó con la sentencia del 1-O, y que ha dejado en evidencia la persecución con causas a la medida de algunos jueces contra la disidencia. Una utilización espuria de los aparatos del Estado por parte del PP que ha seguido a la negociación de la amnistía, de los indultos y de la investidura de Sánchez por parte de ERC y Junts.
Estas últimas horas han sido de alegría por la normalización política y de reafirmación de las ideas para muchos, pero el independentismo está en un mal momento a juzgar por los resultados electorales y por la capacidad de movilización callejera. Si la proclamación de la República fue un acto político de gran tristeza, la vuelta no ha sido el acto de masas que los líderes habrían deseado a pesar de los llamamientos para que “no nos quiten la alegría”.
Con la vuelta de Rovira, Wagensberg, Serra, Campmajó y el periodista Jesús Rodríguez empieza a cerrarse un capítulo que solo acabará realmente con la vuelta de Carles Puigdemont. Esta es la gran incógnita: si el ex president volverá a pesar del riesgo de ser detenido por la creatividad judicial con la que se le imputa todavía el delito de malversación. La casa de Waterloo está de mudanza y el líder de Junts prometió regresar para la investidura, pero el escenario político está completamente abierto.
Será un verano intenso políticamente, y por ahora tiene más incógnitas abiertas que certezas claras. ¿La actual aproximación entre los partidos independentistas cristalizará más allá de facilitar el regreso de los líderes de forma solemne? ¿Rovira ha vuelto "a terminar el trabajo que se dejó a medias" o será una militante de base que podría quedarse a vivir en Suiza? ¿Qué efecto tiene la vuelta de Rovira sobre la negociación de la investidura de Salvador Illa? ¿Se cierra en falso la crisis de los carteles de los Maragall o se introducen cambios de fondo? ¿Cuál es el humor de los militantes de ERC para votar un posible pacto de investidura? ¿Qué efectos tendrá sobre los republicanos que el tándem que los ha liderado hasta ahora ya no logre disimular la situación interna?
Los abrazos de estos días y la alegría del regreso no pueden esconder la gravedad de la situación interna y la difícil elección de ERC entre permitir la investidura de Salvador Illa y dedicarse a la reconstrucción interna desde la comodidad relativa de los 20 diputados actuales o acudir a unas elecciones muy inciertas. La estrategia de Junts depende completamente de la vuelta o no de Puigdemont y la suerte que corra si pisa el país y logra entrar en el Parlament para buscar la “solemnidad” prometida.
Virtud obligada
En España, la crisis de Vox y PP ha sido un baño de realidad. Si el PP pensaba que podía utilizar a la extrema derecha ya le ha quedado claro que no, que son los de Abascal quienes marcan la agenda política con sus colegas europeos. La internacional fachoputinista europea está en marcha y el PP se ha moderado por defecto, no por la voluntad de hacerlo sino por el abandono de la extrema derecha, que prefiere estar fuera de los gobiernos que obligan a arremangarse, y así poder tachar al PP de "cómplices de la inmigración masiva". Los populistas prefieren gritar desde afuera que gestionar la complejidad de la realidad.