Educar en tiempos de crisis (de la atención)
Los resultados del informe PISA en comprensión lectora provocaron mucho alboroto y algunas reacciones para intentar salvar las naves. De repente, parece que la comprensión lectora es muy importante. Y le estamos perdiendo. Tiene las constantes vitales bajas. Se aguanta por respiración asistida. Porque lo más importante para poder comprender un texto, una hipótesis, el mundo, es la atención. Y, por desgracia, la atención se ha convertido en un bien escaso. El daño es endémico. A la mayoría de nosotros nos cuesta más que antes concentrarnos, pero si existe un segmento de la población que sufre especialmente la crisis de la atención es la gente joven.
Los hábitos de atención son cruciales en los procesos de aprendizaje. El neuroantropólogo Terrence Deacon habla en profundidad a The symbolic species (1997), un estudio multidisciplinar que se considera clave en el campo de la evolución cognitiva. Deacon apunta que las dificultades que nos supone la resolución de un problema van más allá de su complejidad, tienen que ver con nuestra predisposición para detectar los aspectos más relevantes. Al mismo tiempo, debemos saber ver las relaciones evidentes entre los elementos relevantes y, además, buscar vínculos improbables entre estos elementos. Para conseguir todo esto, a menudo es necesario utilizar el famoso “pensamiento divergente”. Lo que consideramos “la obra de un genio” muy rara vez lo es por su complejidad, sino por el carácter innovador de su perspectiva y por la cantidad de gente que no ha sido capaz de darse cuenta de algo que acaba convirtiéndose en una obviedad. La evolución de las especias. La gravedad, que da igual caer una manzana como orbitar un planeta. Hacer explícito lo implícito no es tan fácil como parece.
Si para encontrar soluciones contraintuitivas es necesaria una atención profunda al detalle, ¿cómo se las harán las generaciones que tienen la capacidad de atención acorralada en un jaque mate? El pasado 14 de febrero se produjo un hecho histórico: la ciudad de Nueva York anunció que emprendía acciones legales contra las redes sociales que más utiliza la juventud. En su discurso, el alcalde aludía a la precaria salud mental de la gente joven, pero también al efecto disruptivo de las redes en su proceso educativo. Además de la constante interrupción y el poder adictivo de las redes, sin embargo, existe otra variable que también hay que tener en cuenta: la saturación cognitiva que provoca la cantidad de información disponible en internet. Aprender a discriminar entre un exceso de información es una "competencia básica" hoy en día. Todos investigamos, tanto si nos dedicamos a la investigación como si no. El buscador de Google echa humo en cualquiera de nuestros dispositivos electrónicos. En estas circunstancias, el papel del sistema educativo es complicado. No sólo debe proveer al alumnado con las competencias digitales necesarias, sino que también debe intentar preservar —cueste lo que cueste— la capacidad de atención de los adolescentes.
Los temas que hacen referencia al proceso de adaptación al progreso tecnológico siempre son difíciles de abordar. Los que ya no somos (tan) jóvenes, estamos ineludiblemente afectados por el cronocentrismo: no podemos evitar creer que el momento actual está más lleno de cambios radicales que cualquier otro anterior (y no es cierto). Aunque somos capaces de ver que hay cosas que funcionan infinitamente mejor ahora, también nos parece que algunas cosas iban indudablemente mejor antes. Por eso debemos hacer equilibrios para intentar "leer bien la realidad". A pesar de nuestra posible cronomiopia, tanto los resultados del informe PISA como la acción de la ciudad de Nueva York hacen evidente que la gravedad de la situación está contrastada. Mientras el tipo de regulaciones que reclama el gobierno municipal neoyorquino no llegan, los hábitos de higiene digital son básicos. Luchamos contra una empresa que emplea muchos recursos para hacer que sus contenidos sean altamente adictivos. Quieren nuestro tiempo y nuestra atención, y saben cómo conseguirlos. A nosotros, por el momento, nos queda la autorregulación y las estrategias más drásticas, como el ayuno digital (desactivar las redes durante días o semanas). El ayuno digital suele funcionar para recuperar la concentración —para hacer un reset— y, además, actúa como toque de atención a las empresas digitales (si nos hace sentir atrapados, nos vemos obligados a irse).
En The symbolic species, Terrence Deacon dice que nuestra evolución como especie ha estado marcada por el hecho de que hemos tendido a “pensar mejor y comunicarnos mejor”. Pero todo apunta a que ahora, por primera vez en nuestra historia evolutiva, estamos poniendo en riesgo el progreso cognitivo. Y esto llega en un siglo que viene cargado de retos. Somos ocho mil millones de humanos en un planeta azotado por una crisis ecológica generalizada. Los avances científicos y tecnológicos son espectaculares y esperanzadores, sí. Aún así, necesitamos gente muy bien preparada para resolver los problemas que deberemos afrontar en las próximas décadas. Y hemos quedado en que los hábitos de atención están en el hueso de nuestra capacidad de aprender, de encontrar soluciones. Tengamos claro, pues. No nos encantamos.