En plenas fiestas de Navidad me hackearon la cuenta de Twitter (ahora X). La tenía desde hacía 13 años, con más de 10.500 seguidores. Cuando me incorporé al equipo fundacional del ARA, Carles Capdevila me puso como condición sine qua non hacerme de Twitter. Poco convencido, di el paso y creé @ignasiara. Jugaba con mi apellido y con las siglas del periódico. La cosa funcionó y creció rápidamente de seguidores. Pronto pasó a formar parte de mi cotidianidad como una herramienta profesional más, y bastante efectiva. A pesar de algunos disgustos por la conocida tendencia de determinados usuarios a convertir la discrepancia en insulto, me acostumbré a difundir mis artículos y expresarme en el universo de la red, que no es la vida real pero es una realidad paralela útil.
Pero de un día para otro este pequeño mundo se ha esfumado. Una gente, que se me advierte de que podrían ser estafadores de criptomonedas, se ha apropiado de mi cuenta para bombardear a los usuarios que hasta ahora me seguían con ofertas y propaganda de UniSatWallet. Es un robo tecnológico en toda regla. Pero, por lo visto, yo no puedo hacer nada. Pese a la denuncia interna que he hecho en la red vía Twitter Support y pese a las semanas transcurridas, X no me da ninguna solución. Hasta la llegada de Elon Musk la red tenía en España a una treintena de trabajadores y ahora parece que solo quedan dos. Todo es muy opaco. La atención a los clientes ha quedado prácticamente reducida a cero. Supongo que si previamente hubiera dado el paso a hacer de pago mi cuenta, la cosa habría ido diferente.
Los expertos en ciberseguridad que consulté me dieron a entender que sería muy difícil recuperar mi identidad digital robada –una empresa especializada y seria me presupuesta en casi 1.000 euros la gestión para intentarlo, con muy pocas garantías de éxito– y al mismo tiempo me insistieron en que, sobre todo, lo denunciara a la policía. ¿Por qué? Porque si alguno de mis seguidores en algún momento es objeto de un fraude, pueden reclamarme a mí como responsable subsidiario.
Perdido en un rincón de montaña, les hice caso y bajé a la comisaría de los Mossos d'Esquadra de la Seu d'Urgell, donde amablemente unos agentes me atendieron y me dijeron que no podían aceptar la denuncia porque el Código Penal no incluye la sustracción de una identidad digital como delito. En efecto, es así. Solo si se hace un mal uso demostrable hay camino para iniciar una investigación penal. El sentimiento de indefensión en el que me quedé fue mayúsculo. ¿Ni por la vía privada ni por la vía pública podía hacer nada?
De todas formas, al llegar a Barcelona fui de nuevo a la policía e insistí en que, aunque no se pusiera en marcha una investigación, quería que quedara constancia oficial de lo que considero el robo de un bien digital propio con un valor económico –¿si no por qué me lo han robado?– y de una usurpación de mi identidad en la red. Después de insistir y regresar al cabo de unos días con cita previa, me atendieron en la comisaría de los Mossos de la calle Nou, en el Raval, y cursaron la correspondiente denuncia número 10660/2024 AT USCCIUVEL.
En la práctica, no servirá para recuperar mi cuenta, pero al menos me siento mínimamente amparado por si hay complicaciones legales en el futuro. Todas estas semanas he seguido insistiendo a X, a la que he trasladado la denuncia policial. No he obtenido respuesta. Pasan de mí. Solo con que me hubieran dicho "Mire, el daño ya está hecho, su cuenta no estaba técnicamente bien protegida, pero si usted abre una de pago esto no volverá a ocurrir y podemos ayudarlo a situarse bien de nuevo en la red, bla, bla, bla" ya me habría parecido bien. Pero nada, ni eso.
Sin embargo, he decidido abrir otra cuenta en X: @aragayi. Empiezo de cero, como hace 13 años, y de nuevo poco convencido. Me sabría mal no poder recuperar la interacción que tenía con mucha gente, aunque yo no era un usuario intensivo. Por supuesto, tal y como me han tratado, la nueva cuenta no es de pago. Todo esto lo he explicado por si le puede servir a alguien de advertencia.
