¿Y si Emmanuel Macron es una mujer?
A principios de julio, la justicia francesa absolvía a dos mujeres que habían afirmado en redes que Brigitte Macron, la esposa del presidente de la República Francesa, es transexual. En sus comentarios, enumeraban las múltiples operaciones a las que supuestamente se había sometido y afirmaban que no era la madre biológica de sus hijos. Un tribunal las condenó en septiembre de 2024 a pagar ocho mil euros a la primera dama, pero diez meses después fueron absueltas, una decisión que los Macron han recurrido ante el Tribunal de Casación francés. Además, su abogado ha explicado recientemente que Brigitte está decidida a aportar pruebas científicas y fotográficas ante un tribunal para "demostrar" que es una mujer, después de que la influencer ultra Candace Owens haya dedicado varios podcasts y un libro a negarlo.
Ante todo, hay que tener en cuenta que cuando el matrimonio Macron se defiende, regala el campo de batalla a quien los quiere difamar. Quiero decir: no han sido difamados antes de haber respondido; han sido difamados una vez han contestado, desde el momento en el que han aceptado que ser trans es una ofensa y que una feminidad menos canónica tiene que justificarse con pruebas.
Claramente, el ataque opera desde una lógica machista: no solo porque el blanco sea la mujer (como ha ocurrido también con Michelle Obama y Begoña Gómez, que han recibido los mismos comentarios), sino porque la finalidad es dañar la reputación del hombre con un intento de herir su masculinidad. Cuando se afirma que Brigitte Macron es trans, se quiere insinuar que Emmanuel Macron no está con una mujer de verdad: el presidente tiene, o ha tenido, tendencias sexuales que no son normativas. Y es que el pensamiento que los daña funciona así: se despierta la sospecha de si el presidente se enamoró de una mujer que no lo era (según la derecha y los feminismos TERF), de si entonces estaba operada o no, del tipo de relaciones sexuales que mantuvo en el pasado (y en el presente) o de si su deseo está pervertido.
Esta es la duda que instalan. Puedo entender que para las posiciones conservadoras sea escandaloso. Ocurre que cuando uno reacciona con vehemencia a la acusación, lo que afirma implícitamente es que a él también se lo parece. Y el mensaje final, la conclusión, es que el presidente de la República considera denigrante, casi degenerado, amar a una persona trans. Sin embargo, bien mirado no tiene nada de extraño que alguien del perfil político de Macron crea que estos comentarios son una calumnia. De hecho, la rareza sería que en un comunicado los negara y, además, rematase: "Pero si todo esto fuera cierto, ¿qué?"
Hay también en todo ello una cuestión de orden. La norma sexual va de la mano del resto de normas sociales: performar la estabilidad de una familia heterosexual con hijos (y todo lo pack adjunto: casa, trabajos estables, roles instaurados, obediencia a los códigos) es señal de orden social. Así pues, todo lo que no se adecua a la norma sexual se relaciona con el desorden cívico. El ejemplo histórico es el de las amantes: aunque tener amantes, en el caso de hombres poderosos y ricos, sea lo más habitual, el código afirma que si estas relaciones son secretas no ocurre nada. El único problema de las amantes, desde esta óptica, es que se descubran: si esto ocurre se convierten, entonces, en señal de perfidia y desbarajuste. Mirad el caso Koldo y las prostitutas: el escándalo no es que fuera de putas, el escándalo es que nosotros lo sepamos y le descubramos las conversaciones privadas. Lo mismo ocurre aquí: el deseo de Macron debe ser ordenado. Y acusarlo de estar con una mujer trans es como si se destapara, por último, un secreto que revela caos y desorden social. Igualmente ocurre con los representantes políticos homosexuales: da igual que sean gays mientras representen su homosexualidad pública como una declinación casi idéntica de la norma heterosexual (ay, ¿¡qué pasaría si abriéramos sus teléfonos y descubriéramos sus Grindrs!?).
Con todo esto, me pregunto por qué no acusan directamente a Emmanuel Macron de ser una mujer. ¿No sería más fácil? La respuesta es que, seguramente, no. Porque el pilar que debilitan, con los ataques en Brigitte Macron, no es la feminidad de ella, sino la masculinidad de él a expensas de la feminidad de ella. Si Macron fuera una mujer, todavía se podría convertir en un relato de heroísmo y épica: los que habéis visto Cónclave y habéis llegado al final, sabe de qué os hablo. En cambio, si atacan a su mujer, a la que conciben como su extensión, un elemento más del éxito de él, enmiendan por completo al personaje. Lo deshacen.
Pero va, ahora en serio: ¿y si Emmanuel Macron es una mujer?