Empieza una gran semana

Entre el Lunes de Pascua con la mona, las previsibles multitudes tranquilas de Sant Jordi y la imagen de la Virgen de Montserrat que el domingo hará una infrecuente salida en procesión para celebrar el milenario del monasterio, ha quedado una semana de alta concentración simbólica. Y por si fuera poco, el Barça jugará el sábado la final de Copa ante el Madrid en Sevilla, donde las no menos previsibles multitudes azulgranas harán oír silbar el viento ante Felipe de Borbón antes de empezar el partido.

La final será a las diez de la noche. Es impresentable que un partido así comience tan tarde. Lo es para los niños, para los seguidores a la hora de volver a casa, para el descanso de los jugadores y, en general, para los millones de espectadores que estarán enganchados a la pantalla. Pero hace años que manda la industria televisiva y patrocinadora, y los aficionados estamos tan entregados a la fiesta que hacen lo que quieren con nosotros.

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El Madrid llega con Ancelotti sentenciado, Mbappé señalado y Vinícius arrastrando su reputación y su casi Balón de Oro por los campos, después de una mala temporada, teniendo en cuenta que era un equipo que debía hacer entrar el fútbol en no sé qué tamaño. Precisamente por eso el Madrid tiene en Sevilla la posibilidad de lavarse la cara. El Barça ha hecho mucho mejor fútbol y jugará con la moral alta, líder en la Liga y semifinalista de la Champions, pero aunque va sobrado de hambre joven, va justito de fuerzas físicas y mentales. Ahora no conozco ningún culé que aceptaría cambiarse por el Madrid y, francamente, pese a la carrera de obstáculos hasta el sábado, así da gusto esperar una final.