Energías ligeras en las casas

¿Y si lo del apagón vuelve a repetirse? ¿Cómo evitar la dependencia energética en un contexto de creciente demanda y con unas proyecciones demográficas al alza? Como en los meses de pandemia, la insólita crisis del apagón en la red de Red Eléctrica vuelve a poner el foco en el espacio doméstico. Porque fue en casa, de nuevo, donde nos refugiamos cuando cayó la noche oscura. Y esta vez encima no podíamos disimular mirando una serie digital.

Vemos la ciudad como un espacio inevitablemente contaminante, pero podría ser un recurso si supiéramos leer la energía de otra manera, y si empezáramos a cruzar conocimientos entre piedras estáticas (arquitectura) y fluidos dinámicos (energías).

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Para construir un entorno sin energías fósiles habrá que dibujar, además de cocinas y comedores, espacios que se calientan solos, circuitos termodinámicos, soleamientos y ventilaciones que, hasta ahora, se habían obviado gracias a tres inventos universalizados: la ventana, la caldera de gas y la caldera de gas.

Energías ligeras es el nombre de una exposición comisariada por Raphäel Ménard que tuvo lugar en el Pavillon del Arsenal de París, hace un año, y que aportaba datos relevantes sobre las ciudades europeas de los últimos siglos.

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La ciudad de París contaba, a finales del siglo XIX, con 80.000 caballos, que a cambio de alimentos vegetales transportaban materia, labraban los suelos y desplazaban todo tipo de carruajes. Hoy las movilidades descarbonizadas también dependen de los músculos, pero en este caso de los humanos: andar, la bicicleta… El lunes fue un día de fiesta mayor para todos aquellos que se movían en bicicleta, y no pude evitar pensar en los hijos de mis amigos daneses, que van en bicicleta solos a la escuela desde muy pequeños porque en Copenhague nadie circula en coche. Las ciudades pueden combinar movilidades blandas a horas convenidas sin tener que realizar obras en las calles.

Hay unas fotografías sorprendentes de Collserola pelada, sin un árbol, a principios del siglo XX. Se atribuye a lo que explica Ménard sobre la biomasa, la madera de los árboles, que ha sido el principal combustible del hombre desde tiempos inmemoriales. Pero ya hemos aprendido que no es necesario encender un fuego en el suelo (que quizás llega a 200 o 300 grados), para calentar un comedor. Las casas fueron cambiando hornos de piedra por chimeneas, que mejoraban rendimientos, sobre todo porque no podía seguir consumiéndose 1.500 kg de bosque por persona.

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Un metro cuadrado de un campo o de un bosque crea poca energía, y el 70% de las tierras agrícolas se utilizan para la producción de carne. Se entiende, pues, que en las escuelas se haga un esfuerzo por introducir hábitos alimenticios basados ​​en proteínas alternativas.

La exposición revisa todas las alternativas energéticas y cómo alimentan los hogares, desde las hidráulicas hasta las eólicas, pasando por las geotérmicas, las solares y las nucleares, y hace pensar en cómo cambian los paisajes si se llenan de molinos, pantanos, plantas fotovoltaicas e invierno. Alternativas hay muchas, pero realmente no parece muy seguro ni sostenible tener que transportar gigavatios desde centrales energéticas situadas a cientos de kilómetros de distancia. El mito de la ciudad autosuficiente, de la energía producida junto a donde se produce, sin duda multiplicaría las fuentes y evitaría situaciones de apagones generalizados.

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La exposición era importante porque aportaba imágenes de estas soluciones a nivel urbano. Sólo comentaré dos. Una, la mítica imagen de los tejados grises de París con una pequeña alteración a base de chimeneas que se convierten en receptores solares, con paneles fotovoltaicos a dos caras, protegidos con membranas transparentes EFTE. Es una imagen sugerente, porque no se alteran las cubiertas, sino que sólo se añaden unos sombreros, unas pequeñas pirámides de cristal, sobre los viejos tubos cerámicos que hacen de chimenea. La otra es una imagen de un interior de una vivienda con una estudiante que trabaja a 16 grados (lleva jersey y una manta) y cuenta con un mobiliario térmico (mesa y estantería climáticas), cortinas dobles gruesas y una alfombra térmica que aporta algunos vatios extraordinarios a la habitación. Miradas en detalle, las fotografías enseñan unos paisajes futuribles no muy distintos a los actuales, esto los hace posibilistas y deseables.

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No sabremos a corto plazo si el apagón del lunes era evitable, pero seguro que nunca podemos obviar que somos demasiado dependientes de los sistemas energéticos centralizados. Y que la mayoría no sabemos suficiente energías: yo no he sabido ni localizar en un mapa donde se produjo el fallo que nos dejó sin luz en casa hasta altas horas de la noche. Si la pandemia sirvió para aprender sobre salud pública y vacunas, ahora toca profundizar en aprovisionamiento energético, en casa y en el territorio.