Escucha, España; toma 2023, claqueta

Los presidentes de la Generalitat se presentan de vez en cuando en Madrid a recitar "Escolta, Espanya", en una versión adaptada a cada momento histórico. Hemos oído a Pujol y su "somos una nación leal a la Constitución pero dejen de acusarnos de desleales", Maragall con "aprueben el Estatut, que si no tanto ustedes como nosotros saldremos perdiendo", Montilla y su célebre advertencia de una "desafección emocional de Catalunya hacia España", y ayer, la profecía cumplida de los tres primeros en boca de Aragonès, que habló de amnistía y referéndum. Cuarenta años de nuestra historia resumidos en estos discursos.

Y España escucha siempre (escucha tanto que incluso espía) y no es verdad que no nos entienda. Precisamente porque siempre lo ha entendido todo, contesta a los discursos con una versión del no más o menos rotundo según las necesidades electorales y de las mayorías parlamentarias (y alguna actitud sincera como la de Zapatero). Este tira y afloja cansa profundamente.

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Pero todavía hay un efecto peor que el cansancio o la irritación que provoca el día de la marmota, que es que, mientras tanto, Catalunya se está quedando atrás (que por eso triunfó el procés, porque la mayoría entendió que así no podíamos seguir). Cómo hacemos para que los jóvenes puedan emanciparse a los veinticinco, cómo hacemos para que un piso no sea un lujo, para que la educación sea de calidad, para que los jóvenes mejor formados no tengan que irse porque no podemos igualar las ofertas? ¿Cómo hacemos para que un catalanohablante sienta que está absolutamente protegido cuando habla en catalán en Cataluña, cómo hacemos para no perder la identidad y que los ocho millones de ciudadanos quieran ser, por convicción o por interés, ocho millones de catalanes? De todos los trenes que van tarde, éstos son los más importantes.