En la escuela, ¿crisis de autoridad o de autoritarismo?

Estos días que la educación está en todos los debates, un tema recurrente es el de la pérdida de autoridad en la escuela. Se debate en las redes, en los medios, en las salas de profesores y en los seminarios en la universidad con alumnos, futuros docentes, preocupados por cómo gestionar el aula. Todo va a parar a que, cada vez más, los alumnos son maleducados y carecen del respeto de antes a la figura del maestro. Parecería que en la escuela nada funciona y el malestar docente es fruto de una profesión que se vive demasiado a menudo en solitario. ¿Cómo hemos llegado a ese relato catastrofista de la escuela que lo invade todo?

La primera constatación respecto a la autoridad docente es que a pesar de tener unas particularidades muy propias de nuestro contexto y de nuestra historia, el debate no es exclusivo de Cataluña. Basta con mirar al país vecino y ver los esfuerzos que están haciendo el presidente Macron y sus sucesivos ministros para aumentar la exigencia en la escuela. Presumiblemente para devolver el poder a los maestros: poder para hacer repetir, organizar grupos de nivel en el aula, imponer el uniforme, hacer más difíciles los exámenes y, en definitiva, poder para controlar y sancionar a los alumnos. Ahora bien, ¿es este poder el tipo de autoridad real que un maestro necesita? La posibilidad de prohibir y sancionar, ¿devolverá al maestro la autoridad que tanto desea?

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El extraordinario film La sala de profesores, dirigido por Ilker Çatak, es una de las mejores películas para interpretar el mundo educativo de nuestros días. Todo ocurre entre muros en un instituto de secundaria en Alemania. Y aparecen una serie de elementos que nos son comunes: el mundo del acoso escolar, los prejuicios racistas, el intervencionismo de las familias, la diversidad de criterios de los maestros, la inseguridad y la terrible soledad de la joven maestra que se ve cuestionada por los compañeros y por las familias. Su estimación tanto por los alumnos como por la profesión no la salvan de la experiencia de la pérdida de autoridad, repentina, de un día para otro. Sus alumnos dejan de seguir las normas y comienzan a faltarle al respeto hasta hacer imposible dar clase. Y uno se pregunta: ¿qué se ha roto?

Lo más sorprendente del filme es que todo ocurre dentro del centro y al mismo tiempo todo nos habla del mundo de fuera de la escuela, que entra en las aulas por mil rendijas. Habla de valores sociales dominantes que se alejan cada vez más de los que promueve la escuela: los de la inmediatez y la gratificación instantánea, el consumo y el individualismo extremo, la aceleración digital. Todos muy alejados de la paciencia, la perseverancia y el esfuerzo necesarios por aprender, y de la colaboración y el altruismo que se promueven en la escuela. El conflicto que vive la joven maestra nos revela de forma elocuente que la escuela sola no puede, y que debe trabajar cada vez más con las familias.

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¿Qué crisis de autoridad se vive en la película? No es tanto un tema de control como de ruptura de confianza mutua y de la coherencia y la integridad de la maestra ante los alumnos. También frente a las familias. Sin embargo, a menudo se habla de crisis de autoridad en la escuela para referirse a una concepción autoritaria de la autoridad, asociada a una supuesta “edad de oro” antigua en la que la autoridad se habría ejercido de forma natural . Una autoridad que tuvo muchos efectos nocivos debido a la imposición y dominio del maestro hacia el alumno. Abrimos los ojos: la relación de obediencia incondicional y de sumisión no devolverá la autoridad moral al maestro. ¿Dónde está el malentendido de lo que llamamos “autoridad”? ¿Y cuál es el malestar que se vive hoy en la profesión? ¿La crisis de autoridad no es tal vez reducida a una crisis de autoritarismo? La llamada a la vuelta a estas prácticas también es ambivalente, en un momento en que la mayoría las rechazan y lo que queremos es que los alumnos tengan criterio propio y sepan pensar por sí mismos. ¿O quizás no es prioritario tener una relación crítica con la verdad en un mundo que arrastra a los alumnos a someterse ciegamente?

El déficit de autoridad educativa tiene mucho que ver con los contravalores que predominan y que ponen en cuestión la escuela. Pero también con la capacidad y preparación de los maestros para establecer relaciones basadas en el respeto mutuo, la coherencia, la participación de los alumnos, el establecimiento de límites claros, la comunicación abierta y la valoración de los logros. Los docentes que no quieren ejercer la autoridad –aquellos a los que no les gusta “hacer de policía”– demuestran que la autoridad sigue teniendo una connotación peyorativa y que su ejercicio sería responsabilidad de otros profesionales o de la familia. Hemos cambiado de época. Hoy, lisa y llanamente, limitar la profesión a la enseñanza de conocimientos mientras se añora la autoridad del pasado –al tiempo que se constata que los alumnos no son como les esperábamos– es abdicar de la responsabilidad pedagógica y educativa. Ahora bien, esta responsabilidad no puede ejercerse ni debe ejercerse en soledad, la colaboración de los docentes entre ellos es clave, como también lo es la alianza con las familias. Sólo desde la colaboración y reconocimiento mutuo se puede construir el bienestar docente y la autoridad educativa.

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