Profesorado y autoridad: ¿un cambio social?

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Entrar en el aula con más de 40 años: profesores de vocación tardía

Gran parte de la conversación diaria con mis compañeros y compañeras de trabajo en reuniones de equipo docente, en ratos de patio y en los pasillos gira alrededor de la profunda preocupación por las condiciones de trabajo extremadamente difíciles a las que estamos haciendo frente actualmente.

En los últimos años hemos sido testigos de un preocupante aumento de los problemas de conducta por parte del alumnado, así como de una alarmante falta de educación y respeto hacia el profesorado. Estas condiciones han creado un entorno laboral sumamente estresante y, en muchos casos, imposible de gestionar adecuadamente.

Los problemas de conducta de los estudiantes han alcanzado niveles sin precedentes, lo que dificulta enormemente nuestra capacidad para impartir clases de forma efectiva. El desafío constante, la falta de atención y la falta de respeto hacia las normas académicas y de convivencia hacen que sea casi imposible mantener un ambiente de aprendizaje productivo.

Nos encontramos con situaciones en las que nos vemos obligados a luchar con interrupciones constantes, comportamientos disruptivos, falta de colaboración por parte de los estudiantes e incluso situaciones de violencia verbal o física. Esto no solo afecta a nuestra salud emocional y bienestar psicológico, sino que también pone en peligro la calidad de la educación que podemos ofrecer a nuestros alumnos.

Además, la falta de recursos y apoyo por parte de las autoridades educativas para abordar estos problemas agrava aún más la situación. Nos sentimos desprotegidos y desamparados ante estas circunstancias, sin los medios necesarios para hacer frente a los retos a los que nos enfrentamos a diario en el aula.

Después de los resultados del informe PISA, nadie ha bajado a las trincheras, en primera fila donde estamos nosotros día a día, para observar que, realmente, la respuesta al porqué de estos malos resultados está en el ambiente de aprendizaje, que ya no es el adecuado para poder impartir contenidos. Y esto ya viene de lejos. ¿Por qué, si no, creéis que se ha gamificado el aula? ¿Por qué tantas metodologías innovadoras y digitalización? Para mantener al alumnado distraído y concentrando su atención en una actividad más de 15 minutos seguidos, ya que actualmente es imposible explicar contenidos con un rotulador y una pizarra. Ya no hablo solo de la primaria y la ESO; hablo de estudios postobligatorios como el bachillerato y ciclos formativos, donde sucede exactamente lo mismo. Poder impartir una clase de una hora seguida es una misión imposible sin que durante este tiempo no se produzcan múltiples interrupciones absurdas (silbidos, gritos, lanzar bolitas, ataques de risa, etcétera).

Además, es preocupante observar que las familias apoyan este tipo de comportamientos y faltas de respeto y ponen en tela de juicio todas nuestras actuaciones. Sus hijos tienen siempre la razón. Justifican la mala educación y el mal comportamiento, o los excusan.

Hay que entender que este problema no solo afecta a nuestro entorno educativo, sino que tiene consecuencias profundas en la sociedad del futuro. Estamos viviendo un cambio social en la falta de respeto hacia la autoridad, que afectará a todos los ámbitos de las relaciones sociales y la estructura democrática de nuestra sociedad. Está de moda desafiar a la autoridad, y el profesorado ya no tenemos ninguna autoridad. La que deberíamos tener la tienen ahora las familias, la dirección de los centros, el departamento, el alumnado, y no nosotros, que somos los profesionales que necesitamos esta herramienta, sin la cual no se puede poner orden y crear un clima positivo de convivencia que facilite el aprendizaje.

Cada día hay menos personas que quieran dedicarse a esta profesión, que conlleva horas y horas de trabajo infinito y mal pagado y cuyas dosis de estrés superan en mucho lo que sería aceptable.

El profesorado aguantamos y aguantamos este clima diario, cada hora, cada minuto, y la mayoría ya lo vivimos como algo habitual a lo que tenemos que acostumbrarnos. Como si fuera algo feo, culpa nuestra, un secreto a guardar. Cuando realmente es un gravísimo problema social, un cambio social que conllevará con toda probabilidad nefastas consecuencias en todos los ámbitos.

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