Hoy hablamos de
Donald Trump el 26 de marzo en el Despacho Oval.
31/03/2025
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El inicio del segundo mandato de Trump ha acelerado el cuestionamiento de un orden mundial que creíamos inamovible: el aumento del proteccionismo económico, la criminalización de la inmigración y los ataques a aquellas iniciativas que buscan promover la diversidad y la igualdad, y que desgraciadamente también hemos experimentado en Barcelona. La agenda del gobierno estadounidense se está desplegando en su peor versión.

Uno de los chivos expiatorios de Trump son las ciudades porque representan todo lo que detesta. Hace unas semanas convocó a los alcaldes de Boston, Chicago, Denver y Nueva York en la Cámara de Representantes para darles cuenta de la crisis migratoria, en un intento claro de criminalizar la integración de los inmigrantes en las llamadas ciudades santuario. Esto no es nuevo: en el 2019 tachó a Baltimore de "lugar caótico, infestado de ratas". La asociación interesada entre ciudades, inmigración, delincuencia e inseguridad forma parte de su estrategia de polarización.

La realidad es que Trump no teme a las ciudades por inseguras o caóticas, les teme porque representan la apertura, la diversidad y los valores democráticos que pueden cuestionarlo. Dice Richard Sennet que vivir en una ciudad es vivir en un mundo lleno de extraños y que una ciudad debe ser un lugar de encuentro, un lugar de diferencia, no sólo un espacio donde las personas viven una junto a otra. Las ciudades nos enriquecen porque nos hacen vivir la diferencia no como una amenaza, sino como una oportunidad. Y esto es precisamente lo que Trump combate.

Las ciudades representan todo lo que Trump rechaza, y por eso es en las ciudades donde es necesario articular un mundo que sobreviva a su ofensiva. En un momento de oscuridad e incertidumbre global, los gobiernos locales debemos aportar soluciones eficientes a cuestiones que afectan al día a día de nuestras ciudades, como la emergencia residencial, la crisis climática o las desigualdades.

Debemos hacerlo defendiendo la apertura y la tolerancia que nos caracterizan, explicando por qué vale la pena vivir en las ciudades. Las transiciones que debemos hacer no van de perdedores y ganadores o de sacrificios, como quiere hacernos creer la extrema derecha, sino de que todo el mundo viva mejor.

Las ciudades son las primeras en identificar los problemas y en poner en marcha políticas para hacerle frente. El acceso a la vivienda es un buen ejemplo de ello. Ciudades de todo el mundo estamos aplicando medidas contundentes como el tope de los precios del alquiler, la aceleración de la producción de viviendas públicas y el control o prohibición de los pisos turísticos, entre otros. La respuesta a los problemas urbanos es la mejor forma de contrarrestar una ola reaccionaria que se alimenta del descrédito de las instituciones democráticas.

En Barcelona lo tenemos claro, no podemos dar un paso atrás. Las ciudades debemos contraponer nuestros valores ante la regresión trumpista y debemos desplegar nuestra agenda social, climática y económica para frenar el crecimiento de la extrema derecha y sus aliados.

Las ciudades somos la primera línea de contacto y el entorno en el que enfrentarnos a los gobiernos con tendencias autoritarias. Lo hemos visto en Budapest, en las protestas contra el gobierno de Orbán y sus leyes contra el colectivo LGTBI+, y también estos días en Estambul con las movilizaciones ante la detención del alcalde de la capital turca. Confrontar la agenda de repliegue de Trump es también nuestra responsabilidad.

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