
La visita de Pedro Sánchez a Pekín ha encendido la caverna, que ya lleva varios días siendo incapaz de encontrar la pomada de aloe vera que le calme la irritación. "Sánchez ignora a la Casa Blanca y exhibe su alineamiento con Xi", dice en portada El Mundo. Una vez más, existe este uso y abuso de los verbos carnavalescos: exhibe es primo hermano de presume, se jacta, gallea, se ufana o el castizo se jacta. Ay, la jactancia. El diario debería explicar cuál es el problema. Reuniones bilaterales con China las han tenido gobiernos de distinto signo, y es evidente que la política errática comercial de Trump –por decirlo en términos amables y respetuosos con los monos y las pistolas– obliga a moverse como sea posible por la arena multilateral. Encabronar a China tras el portazo unilateral de Estados Unidos sería, desde un punto de vista estratégico, poco comprensible. Además, los mismos diarios que clamaron contra los aranceles deberían explicar cuáles son las posibles salidas. El régimen de Xi es execrable, pero tampoco quedan muchas potencias globales con salud democrática aceptable, una vez Estados Unidos se ensimisma. Y tendremos que ver, en unos meses, el nivel de salud democrática del país americano, en decidido camino hacia el pedregal.
De nuevo, lo que hay es tan sólo la voluntad de convertir a Pedro Sánchez en antagonista. Su visita a China no ha comportado por el momento ningún perjuicio contable y objetivable a España. Es Trump, de hecho, quien está dando volantazos, una vez más, ante unas medidas que o bien no controla, o bien controla demasiado bien y se ha dedicado sencillamente a manipular los mercados. Hay que pedir más coherencia: no se puede criticar a Trump porque queda bien y es una especie de asno de todos los golpes fácil de denigrar si, al mismo tiempo, le haces el juego, sea con el comercio exterior, sea con la compra de armas.