Hoy hablamos de
Donald Trump.
16/04/2025
Escriptor i professor a la Universitat Ramon Llull
3 min
Regala este articulo

Creo que nos pondríamos de acuerdo rápidamente a la hora de considerar que el mundo, no solo Europa, pasa por un momento complicado. No se trata solo de la sacudida de los mercados bursátiles, ni del estancamiento de determinados conflictos, ni de una suma de otras cosas concretas, sino más bien de un difuso estado de ánimo colectivo que ha reaccionado con llamamientos razonables a la esperanza pero también con visiones apocalípticas. Popper creía que es peligroso aspirar a un mundo perfecto, pero del todo lícito pretender que lo que tenemos no sea tan imperfecto. Una sociedad abierta debe asumir las tensiones inherentes a su condición compleja y heterogénea –su imperfección– porque de lo contrario dejaría de ser abierta. En Estados Unidos ha habido en los últimos años un subido debate en torno a cuestiones relacionadas con el modelo de familia, el alcance y los límites del estado, el flujo migratorio, etc. El resultado de todo esto ya lo conocemos: la victoria clara de Donald Trump. Las consecuencias inmediatas de esta victoria también: la guerra de los aranceles, por ejemplo, está suponiendo una conmoción financiera importante. Lo más complicado de prever, obviamente, son los efectos a largo plazo que todo ello conlleva. No creo en la futurología, pero tengo una cierta confianza en la prospectiva, es decir, en el análisis argumentado de distintos escenarios de futuro. En este caso hay, al menos, tres.

En el primero, el impacto generado por las decisiones erráticas de la administración Trump se reconduce solo hacia la normalidad, inercialmente, tanto en lo que se refiere a política internacional como en términos institucionales internos de Estados Unidos. Crisis ha habido toda la vida, y en la mayoría de los casos –no siempre, por supuesto– se han acomodado a los límites que impone la realidad, sea económica o de cualquier otra índole. Quiero decir que, por ejemplo, la fiebre de los aranceles está bien como broma o como demostración primaria de dominio imperial, pero tiene un recorrido limitado. Si esto fuera así, los frenéticos volantazos de Trump no solo no le reportarían ninguna ganancia, sino que erosionarían gravemente su mandato (el 60% de los estadounidenses tiene buena parte de sus ahorros invertidos en bolsa). Además, la legión de damnificados por los despidos de su administración, las empresas que verán condicionadas sus exportaciones y muchos otros sectores (algunos de los cuales, como los farmers, lo votaron masivamente) están empezando a movilizarse.

En un segundo escenario posible, la política arancelaria, las reformas administrativas de restricción del gasto social e incluso las guerras culturales asociadas a su victoria electoral crearían un clima al principio tenso, pero políticamente asumible a medio y largo plazo. Es probable que esta normalización de la ruptura que él mismo ha protagonizado forme también parte de sus cálculos, si existen. El debate político interno y la tensión política internacional continuarían, por supuesto, pero Trump se encontraría en una posición de ventaja. La victoria consistiría, en realidad, en haber impuesto una nueva agenda política, un nuevo lenguaje y un nuevo estilo que a partir de entonces pasaría a ser institucionalmente "normal" o, al menos, aceptable.

Hay un tercer escenario que va más allá, mucho más allá, de esa mera normalización. En este caso, las medidas llevadas a cabo hasta ahora darían sus frutos, es decir, la guerra arancelaria, las medidas de reestructuración administrativa, el parti pris en determinados conflictos internacionales o las guerras culturales internas supondrían un éxito claro y tangible. Es probable que en este caso, y solo en este caso, se produjera una maniobra de perpetuación en el poder que cambiaría de forma sustancial la naturaleza de la democracia americana y, de forma indirecta, las líneas rojas de lo que se consideraría políticamente tolerable en Occidente en temas de política internacional. En un escenario de estas características, las reglas del juego quedarían alteradas y tendrían unas consecuencias imprevisibles.

Creo que estos tres escenarios son posibles. El tercero es quizás el más improbable. El primero también, aunque es el que personalmente preferiría. La idea de normalización de un lenguaje y de un estilo es, por desgracia, la que me parece más plausible a largo plazo. Las redes sociales, la inteligencia artificial generativa, la docilidad de algunos intelectuales y la maraña de inercias económicas se encargarían de todo lo demás. Recuerden que esto es solo un ejercicio de prospectiva, no de futurología, y que sería inmensamente feliz si me equivocara.

stats