Ni los colaboradores de Sálvame podían aspirar a más ni la televisión pública a menos. El espectáculo inaugural de La familia de la tele, con una gincana y un desfile por los estudios de TVE, fue tan demencial que daba ganas de arrancarse los ojos. El esperpento tuvo dos etapas. En una primera parte, durante la sobremesa, se ponía a prueba a los protagonistas principales. Parte del elenco expulsado de Telecinco –Belén Esteban, María Patiño, Lidia Lozano, Kiko Matamoros o Víctor Sandoval– protagonizó una parodia inicial del Mago de Oz. Disfrazados de los personajes de la novela, empezaron un camino aberrante. Si Dorothy y sus amigos tenían que encontrar la Ciudad Esmeralda siguiendo las baldosas amarillas, aquí el dúo Esteban-Patiño y compañía tenían que llegar al pirulí de Torrespaña. Un preliminar con el sello más genuino del difunto Sálvame que desembocaría en una carrera de obstáculos en directo. Una vez llegados al objetivo, el equipo del programa, alterado y fuera de control, comenzaba una competición de veinticinco kilómetros para llegar a los estudios de Prado del Rey. El caos televisivo fue absoluto: los colaboradores asaltaron coches de particulares y trabajadores de la cadena para que los llevaran a su destino. Fallaba el sonido, no se oía, los gritos saturaban el canal y los cámaras no daban abasto. La imagen enloquecía. El único hilo conductor era la extravagancia delirante. Un show grotesco que tenían que narrar Paloma del Río, la veterana periodista de deportes de TVE, y la actriz Cayetana Guillén Cuervo. Terminada la competición, y con los protagonistas en Prado del Rey, hubo una tregua del horror. La 1 dio paso a las dos series de la tarde, Valle salvaje y La promesa, porque La familia de la tele hará de contenedor de las dos telenovelas. Una vez terminada la ficción, volvíamos a una realidad desenfrenada. Arrancaba la segunda parte: un desfile de colaboradores desorbitado y excesivo. Una comparsa de furgonetas, camiones, autocares y carruajes que llevaban las sorpresas. La excusa narrativa era la propia historia de la cadena. Hicieron desfilar a algunos de los colaboradores e invitados con trajes históricos de los presentadores. Tenía un carácter simbólico. Reapropiarse de la identidad televisiva era una forma de justificar aquella locura aberrante en ese contexto. Un homenaje como tapadera de una conquista impensable. Desde los programas de varietés de José Luis Moreno, la televisión pública no había caído tan bajo. Procesiones de flamencas para celebrar la presencia de la hija de Isabel Pantoja, Lídia Lozano lo adornaba con una versión de su baile chuminero y, para redondearlo, una coreografía a ritmo de zumba como un carnaval brasileño. Una chabacanada de bajo nivel con unos gigantes y cabezudos de relleno. En medio del espectáculo frenético, se iban introduciendo píldoras que anunciaban los futuros contenidos y secciones. La familia de la tele ha comenzado con una agitación que afecta claramente a los cimientos del servicio público. Damos por inaugurada la era del todo por la audiencia. La reanimación de un monstruo con el dinero de los contribuyentes.