Hoy hablamos de
El arquitecto catalán Antoni Gaudí, en una imagen de archivo.
14/04/2025
Periodista
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Al día siguiente que un tranvía de la línea 30 pusiera fin a su vida, en Gran Via - Bailèn, Antoni Gaudí empezó su carrera hacia los altares. "¡En Barcelona ha muerto un santo!" publicó La Voz de Cataluña, y todos los diarios de la época lo llenaron de alabanzas del tipo "monje único de un único monasterio" donde residía con "humildad medieval". Un gentío acompañó a su ataúd. Aunque las formas retorcidas del Modernismo fueran insufribles para los gustos novecentistas de la época ("La genialidad de Gaudí le ha excluido de su tiempo", escribió Francesc Folguera), sus contemporáneos eran conscientes de la genialidad de la obra gaudiniana. El gran Francesc Pujols dejó dicho en la Revista Nueva: "Dadle albañiles y peones, piedra y cemento, y el bolso que suena si Barcelona es bueno, y déjelo hacer, que ya sabe de qué se las habéis".

Que ahora el papa Francisco haya firmado el documento que pone a Gaudí en el camino de la santidad es una cuestión interna de la Iglesia católica y de sus protocolos que tiene toda la lógica, porque Gaudí es un propagandista eficaz. Desde que el turismo mundial ha descubierto Barcelona, ​​miles de personas entran en una iglesia todos los días. Entran atraídas por lo que han visto por fuera y salen aún más impresionadas por el bosque y la luz que han visto dentro. Es imposible no sentir curiosidad por saber quién era el genio que imaginó aquella catedral. Una futura canonización de Gaudí ya no podría llevar a más gente a la Sagrada Família, pero la santidad conlleva una carga popular especial y la Iglesia, que la sabe larga, no dejará escapar esta oportunidad.

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