«Tomba por el dolor de garganta
y un remedio para no acabar estropeando el mundo»
Mar Pujol,Por cada uno
Llueve sobre mojado, cuando crees que ya acaba de nuevo, la historia interminable –primero como tragedia, después como farsa– y santo volvemos a la cabeza de la calle. O dicho de otra forma: Sísifo en la carrera tras la piedra que sube y baja y nunca para de rodar, pero en este caso sólo hacia abajo y nunca arriba. Lo digo porque Cataluña es el país con menos peso de la filosofía en el currículo educativo desde hace mucho tiempo, zarpazo tras zarpazo. Y si hace tanto que estamos aquí significa que llevamos años en un lugar peor. Desde la escuela de la libertad, siempre urge pensar –contra quien sólo nos quiere súbditos, consumidores, espectadores y usuarios– y repensarlo todo. Porque si hoy, pongamos por caso, es 25 de abril –de raíz valenciana, alma portuguesa y espíritu italiano partisano– habrá que atender por qué tenemos como tenemos el País Valenciano, qué se ha hecho de la revolución democrática de los claveles cincuenta años después y cómo carai hemos llegado a la siniesta la Liberación con Meloni gobernando Italia. Hace pensar –no tanto–. Porque también hace demasiado que nos invitan, incitan y modulan chapuceamente a dejar de hacerlo.
Pero como venimos de la fiesta del libro, me detengo en lo que acaba de escribir Jaume Asens: Los años irrecuperables. Es decir, los años que jamás volverán y el peso en el hoy de lo que no pudo transformarse ayer. El título me sirve casi como exordio, también porque Asens se lo ha tomado prestado a Stefan Zweig, recuperando el nombre inicial del título que debía llevar El mundo de ayerEl título y el libro del bueno de Jaume me sirven porque apenas en las primeras páginas nos recuerda que una de las tempranas movilizaciones en las que se vio implicado fueron las que alzaban la voz y la palabra contra la pérdida de peso y presencia de las humanidades. calderilla.
La cuestión –dado que venimos del día de la cultura, del pensamiento, de las letras– es que Catalunya, en estos momentos y ahora mismo, es el territorio con menos dotación horaria académica en filosofía en el bachillerato. Es la única que no llega ni a tres horas semanales: en el 2008 se redujeron a dos. Y después nos quejaremos de la falta de perspectiva crítica, de autonomía vital y de discernimiento racional. O del secuestro de la atención por tantas pantallas. Y, sin embargo, lo que (nos) ocurre no es nuevo ni es ningún accidente: son decisiones políticas continuadas, una tras otra. De hace 30 años recuerdo, como si fuera hoy, una memorable pancarta que abría una manifestación estudiantil por las calles de Tarragona y que empleando el refranero castellano rezaba: "El saber no ocupa lugar (en los presupuestos del Estado)La filosofía, como saber fundamental y utensilio básico para vivir en común, se ve que tampoco. Y eso que este año el Premio de Honor de las Letras Catalanas se lo ha llevado, tan merecidamente, el filósofo y teólogo Pere Lluís Font. Y eso que quien lo otorga, Òmnium Cultural, está presidido. eso que incluso la formación académica del actual presidente de la Generalitat, Salvador Illa, es la filosofía. Y eso que, sobre todo, tenemos imprescindibles filósofos de guardia: de Marina Garcés a Joan-Carles Mèlich, de Fina Birulés a Josep Maria Esquirol, de Ingrid Guardiola a Lluís Duch; periódicamente en estas páginas –desdeJosep Ramoneda yFerran Sáezhasta Santiago Alba Rico– y que nos ayuden a pensar, a discrepar, a comprender ya entendernos. Y todo esto y todo aquello, sí: pero mientras tanto estamos en la cola filosófica de la piel de toro, mientras nos puede siempre la manía de querer aparentar ser los primeros en todo.
Hecho y deshecho, esta dimisión educativa, a la vez regresión pedagógica, retroceso humanista y destitución filosófica, es tan evidente como constante y no tiene nada nuevo. Viene de antiguo. El arrinconamiento ha sido planificado y la hemeroteca en vano llena, del viejo asalto a las humanidades, que no interesan a ningún mercado. Hace siete años, por ejemplo, ya se presentó un manifiesto reclamando en vano la presencia de la filosofía "en toda su dignidad y expresión" en el currículo docente catalán. Pero no llevo el tema al presente sólo mirando al pasado, sino al hoy. Hace un mes y pico, con el trasfondo de la revisión del currículo de bachillerato que también ha movilizado a docentes de lengua y de ciencias, 400 profesores y profesoras de filosofía, como Sísifo tratando de subir la montaña, levantaron la voz en un manifiesto colectivo, que está abierto a cualquier adhesión individual o colectivo –sin necesidad de ser los primeros– no podemos ser los últimos en filosofía. De estos años no recuperables, en el que la filo se ha hecho hundida, me di cuenta nuevamente por cómo supe de este nuevo manifiesto. Me llamó Joan, el hijo de un amigo de vida, un amigo con el que hace 30 años abríamos, junto a muchas y muchos, un ateneo en la Vila de Gràcia, para poder disponer de un espacio popular de encuentro, diálogo y resistencias. Juan me sorprendió hasta dejarme boquiabierto cuando me dijo que ya era profesor de filosofía y cuando me dio todos los detalles de la campaña que impulsaban. Tres décadas después lo que reclamábamos unos jóvenes que ahora ya son padres lo reanudan, con tantas razones, sus hijos. De nuevo lo viejo vuelve nuevo. Y claro, al colgar la llamada lo único que pude hacer fue pensar el desasosiego –y no quitar el entramado ni ver el agua clara ni encontrar ningún otro hierro al rojo vivo que no fuera la llamada del hijo del amigo.
La realidad hace el resto cuando la pregunta ya no es retórica: ¿si ahora hablamos de tanta deshumanización, de tanta indiferencia y de tantas violencias inducidas no será por el peso de la desaparición de las humanidades? ¿No será apenas la pérdida de filosofías la que anuncia la implosión de los nihilismos? ¿No ata la causa con los efectos? La cita clásica dice que primero vivir y después filosofar. Ya no lo tengo tan claro. Mejor sería ir intercalándolo. Porque cuando pasamos de ver Adolescencia en pantalla a vivirla en la realidad –ayer mismo, en Francia, con el asesinato de una joven por un compañero de clase– todo se derrumba y retumban como nunca las palabras de un amigo filósofo: "Hemos entregado la infancia a Walt Disney, la salud en la casa Bayer, la alimentación en Monsanto, la Banca en el Banco en el Banco en el San Banco en la Santa Bando queremos que nuestros hijos sean razonables, solidarios, tolerantes, "ciudadanos" responsables y no "súbditos" puramente biológicos. El mercado capitalista nos trata como piedras, ratones y calabazas y después pedimos a maestros y profesores que nos conviertan en humanos "civilizados"". ¿Qué podía salir mal?
Entre tantas dudas –hasta cuándo, por quién, contra qué– y tumbando la esquina de Sant Jordi, unas palabras cargadas de lucidez de la indomable Mireia Calafell abrieron la brecha, porque solo de la duda nace la libertad. Y eso que las palabras son sólo parte del prólogo del bienaventurado poemario Nosotros, quien, donde sólo anuncia lo que poemizará después. Allí Mireia, como al oído, susurra: "Quiénes somos nosotros, quiénes. Quiénes somos tú y yo y quiénes son aquellos, quién el propietario, la autoridad, quién los autores en el lomo de tapa dura y quién la tinta que no firma, la que llenará de hongos nuestra tumba. Quienes somos, di quién somos. [...] Urg el agua. Quien controla la entrada y quién es que quiere entrar. Donde es que se quiere entrar. Sin filosofía –nosotros, quiénes– será imposible saberlo. Por eso también está en el punto de mira de la diana de la ola reaccionaria global. Pero no sólo y tampoco. Sería demasiado fácil, y del todo irresponsable y falso, decirlo así. Porque todo lo que ha sucedido en los últimos 30 años no es obra ni de Trump ni de Meloni ni de Milei ni de Orbán. Lo que todavía hace pensar mucho más en todo.