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USA-TRUMP/
15/04/2025
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Donald Trump declara la guerra comercial por etapas. Desde la ofensiva emocional y retórica, la ruptura de la confianza global y el temblor bursátil. El presidente de Estados Unidos pretende reformar el comercio mundial desde la bilateralidad, en tan sólo 90 días negociando con 90 países a la vez. En el método del caos trumpista, la reforma del sistema se afronta desde la incertidumbre pero con excepciones, con la pausa forzada de una semana negra que confirma la inestabilidad con la que se redibuja el orden global. Entre tanto retroceso y tanta contradicción retórica, Trump ha probado los límites de su invulnerabilidad. El poder de la imprevisibilidad trumpista tiene todavía algunas líneas rojas: el vértigo provocado por la caída de la bolsa y la amenaza de recesión, y la constatación de los costes que los aranceles podrían infligir sobre aquellos que le han llevado al poder; de ahí las exenciones a los productos tecnológicos por no penalizar la producción exterior de los gigantes estadounidenses.

Pero, después del Brexit (que visto hoy parece un primer ensayo de bolsillo), asistimos a otro desacoplamiento brutal en marcha, ahora entre Estados Unidos y China. Washington y Pekín han pasado del juego de la contención mutua de los últimos años a un desafío frontal que pone en cuestión todo el proceso de reglobalización. Si la administración Biden, en aras de la reindustrialización y la seguridad nacional, ya mantuvo muchos aranceles de la era Trump, especialmente en China, pero también en la Unión Europea, ahora las fracturas de este mundo hiperconectado se aceleran.

En el puerto de Shanghai, cientos de contenedores de mercancías que debían salir hacia Estados Unidos han quedado por cargar, mientras sus propietarios buscan mercados alternativos. La guerra arancelaria entre Washington y Pekín no solo rompe las dependencias mutuas sino que obliga a repensar las alianzas que unos y otros habían trabado con el resto del mundo en las últimas décadas. Por eso, Xi Jinping comienza su propia gira asiática para reforzar lazos regionales, mientras Bruselas toma sus negociaciones con Washington desde una conciencia de vulnerabilidad que le empequeñece, pese a que la UE es el primer socio comercial tanto de China como de Estados Unidos, y que las relaciones transatlánticas constituyen el mayor bloque comercial del planeta.

La Unión Europea es el ejemplo más claro de cómo los Veintisiete se dividen internamente cuando se trata de flexibilizar su estrategia de reducción de riesgos (de-risking) respecto a China, pero también cuando se trata de intentar apaciguar las represalias de la administración Trump porque hay un buen puñado de socios comunitarios que no quieren estropear la relación con Washington por cuestiones securitarias. El reto para Bruselas es cómo readaptarse al nuevo escenario sin quedar atrapados en esa rivalidad estructural.

Bertrand Badie, profesor emérito de Sciences Po, en París, aseguraba en 2019 que había "comenzado el segundo acto de la mundialización". Después de un primer acto de "construcción ingenua" post-Muro de Berlín, que asimiló la globalización con el neoliberalismo para construir un mundo concebido como un mercado marginalizando la política y barriendo la protección social, Badie apuntaba a una toma de conciencia del impacto que había comportado esta reconexión de dependencia global, pero también el reconocimiento de los costes políticos y sociales que ese crecimiento desigual había dejado sobre una parte importante de la población.

Ahora, sin embargo, la ya famosa pizarra de Trump en el Despacho Oval, con una distribución arbitraria de países e impuestos de aduanas, actúa como una enmienda a la totalidad a un sistema que ya estaba desacreditado y en pleno replanteamiento. Actúa también sobre la posición de privilegio que Estados Unidos ha ocupado en la economía global, con el dólar como moneda de reserva dominante. El primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, aseguraba con contundencia que el llamado "día de la liberación" de Trump marca el fin de una época. La globalización deja paso a la fragmentación geopolítica ya una crisis de confianza brutal en un sistema imperfecto que hace aguas.

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