La lógica oculta de los aranceles de Trump


Parece que la implementación caótica de los aranceles de importación en Estados Unidos –dirigidos tanto a aliados como a adversarios– que está protagonizando la administración del presidente Donald Trump no pueda tener ninguna explicación sencilla. Estados Unidos está persiguiendo múltiples objetivos, a menudo contradictorios. Dado que las tendencias estructurales impulsan la desindustrialización de las economías avanzadas, la posibilidad de relocalizar a las fábricas parece remota. Por el contrario, el objetivo más plausible es el fiscal. La actual administración estadounidense afirma que los aranceles pueden generar ingresos, de tal forma que, en la práctica, los países extranjeros estarían subsidiando los recortes fiscales para los contribuyentes estadounidenses.
Probablemente muchos estadounidenses encuentran esta lógica convincente. Al fin y al cabo, ¿qué tiene de anteponer los intereses nacionales? Pero, de hecho, ese enfoque tiene muchos problemas. Para empezar, el gobierno de EEUU ignora la probabilidad –mejor dicho, la casi certeza– de represalias. Cuando los socios comerciales responden de la misma manera –lo que suele ocurrir de inmediato–, las ganancias derivadas de un aumento unilateral de aranceles se reducen.
La administración Trump confía en que el poder económico del país permitirá preservar las ventajas de esta política pese a las contramedidas adoptadas por terceros. Ahora bien, parece que todos los principales socios comerciales de Estados Unidos se han unido en su contra. Negociar con una economía pequeña como la de Colombia es algo, pero enfrentar represalias de China, la Unión Europea y los socios del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) a la vez es otra muy distinta.
Estas dinámicas ponen de relieve el mismo problema al que querían dar respuesta los acuerdos comerciales multilaterales –primero el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) y luego su sucesor, la Organización Mundial del Comercio (OMC)–. Como demostraron los economistas Kyle Bagwell y Robert W. Staiger en un influyente artículo de 1999, Una teoría económica del GATT, los acuerdos comerciales existen para resolver un dilema del prisionero clásico: las grandes economías tienen incentivos para imponer aranceles unilaterales para mejorar las condiciones en las que comercian, pero si todos los países adoptan la misma actitud el resultado es una carrera hacia el abismo en el que todo el mundo sale perdiendo.
El principio de reciprocidad y la cláusula de nación más favorecida (no discriminar entre socios comerciales) se institucionalizaron para evitar este escenario. Estas reglas sostuvieron un sistema que funcionó eficazmente durante décadas, hasta que empezó a recibir ataques a mediados de la década de 2010. Aunque el rechazo del multilateralismo tuvo múltiples causas, la intensificación de la rivalidad entre Estados Unidos y China, junto con el resurgimiento de factores geopolíticos, desempeñó un papel de.
El sistema comercial de la posguerra se basó en la suposición de que los países, por naturaleza, buscan maximizar su propio bienestar económico. Sin embargo, en los últimos años la política comercial de Estados Unidos ha sido cada vez más impulsada por un motivo diferente: obstaculizar el ascenso económico de sus competidores, especialmente China. Este objetivo ha tomado preeminencia, incluso por encima de la prosperidad de los propios ciudadanos estadounidenses. Vista con estas gafas, la estrategia arancelaria de Trump parece más coherente. Quizá no beneficie a la economía estadounidense, pero es que la cosa no va de eso. El propósito es perjudicar a los demás.
Este cambio plantea una pregunta fundamental: en un mundo cada vez más definido por la rivalidad geopolítica, ¿el actual sistema comercial multilateral está obsoleto? Sorprendentemente, uno documento de trabajo reciente sugiere que no. Salvo que Estados Unidos –o cualquier otra economía importante– asigne un valor cero a su propio bienestar, sigue existiendo un fuerte incentivo para mantener la negociación y la cooperación internacionales. Los resultados específicos de las negociaciones –como el nivel de los aranceles– pueden cambiar, pero la lógica subyacente de la coordinación económica global sigue siendo válida.
Incluso cuando los países se preocupan no sólo por su bienestar absoluto sino también por su posición relativa –una mentalidad que a menudo conduce a políticas destinadas a perjudicar a sus rivales–, sigue existiendo una razón para negociar. A los países les interesa buscar "mejoras de Pareto": resultados que mejoren el bienestar propio sin empeorar necesariamente la posición de sus competidores. Esto es precisamente lo que los acuerdos multilaterales favorecen. La cooperación sólo no tendría sentido si los países adoptaran estrategias de victoria pírrica, perjudicando a sus rivales sin que les importara el coste que ello comportase para ellos mismos.
Aunque la lógica de la cooperación sigue vigente, el marco institucional que sustenta el comercio global debe adaptarse. El propio documento de trabajo que he mencionado sugiere que estamos presenciando un "hundimiento" del orden comercial liberal, un reajuste necesario que permite renegociaciones bajo las nuevas realidades geopolíticas. Si éste es el caso, las tensiones comerciales actuales crecientes podrían verse como una transición dolorosa pero temporal hacia un marco multilateral revisado que refleje mejor el equilibrio de poder en evolución.
Esta interpretación deja espacio para un optimismo cauteloso. Si la transición se gestiona adecuadamente podría dar lugar a un sistema comercial global renovado y políticamente viable. Pero también existen riesgos importantes. El proteccionismo y el nacionalismo económico, si se descontrolan, causarán daños a largo plazo. Si la política comercial se convierte en un mero instrumento de lucha geopolítica, el espacio para la cooperación podría desaparecer por completo. La historia está llena de consecuencias no intencionadas. Hay que esperar a que los líderes de hoy entiendan lo que está en juego antes de que sea demasiado tarde.
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