Hoy hablamos de
Un tanque Leopard 2 del ejército danés en una imagen de archivo.
30/03/2025
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Europa está perdiéndose en la banalidad del discurso de la guerra. Los hechos son obvios: con Trump ha llegado –demasiado tarde– la hora de que Europa se hiciera mayor y se emancipara. El padre protector la echa de casa. Y, sitiada por el este, debe pensar cómo organizarse la vida. Así surgió la necesidad del rearme. Que quienes tienen paraguas nucleares se abran a la protección de todos. Incluso Sánchez, siempre esquivo en las malas noticias, fue de los primeros en coger esa bandera. Pero vino la hora de explicar el cómo y el porqué y nadie fue capaz de construir un discurso que sin desmedida hiciera de la necesidad virtud y le diera unos objetivos y un marco razonables.

Las prisas de Von der Leyen y el ruido de Macron, que ha visto una oportunidad para volver a hacerse presente después de haberse eclipsado –fracaso tras fracaso en el escenario francés–, han tenido un efecto boomerang. El rearme no puede ser un objetivo en sí mismo, debe tener un relato de sociedad, una explicación de sus razones y una regulación compartida. Las sociedades europeas, escarmentadas por la historia, adaptadas a la lógica de unas sociedades razonablemente acomodadas, poco amigas del sobresalto, no forzosamente veían la gravedad y la urgencia. Sin ninguna definición estratégica, solo había un camino: poner el miedo en el cuerpo de la ciudadanía. Y así nos hemos encontrado con grotescas iniciativas como la de apelar a los ciudadanos para que se compren kits de urgencia para resistir tres días en caso de emergencia bélica. ¿De verdad que estamos en este punto? Ucrania es algo más que una advertencia: tenemos el deber de salvarla. Pero ¿hay una probabilidad significativa de que cualquier país de la Unión Europea sea agredido en cualquier momento?

En vez de movilizar a la ciudadanía, la alarma ha generado miedo y desconfianza. E incluso el presidente Sánchez, que tiene olfato para captar las sensaciones del ambiente, ha empezado a marcar distancias y rebajar la exigencia armamentista con la que había regresado de uno de sus encuentros europeos. Y se ha pasado a los eufemismos y ha decidido aumentar gasto con la boca pequeña. En los tiempos que corren el armamento no puede ser un objetivo en sí mismo en un sitio como Europa. Y si hay necesidad –y seguramente que sí– debe enmarcarse en un proyecto ambicioso de relanzamiento de la Unión que la ciudadanía pueda hacer suyo. Y no puede pasar solo por las armas.

Volvemos a las cuestiones estructurales de Europa, que el crecimiento de la extrema derecha, con el giro de buena parte de las derechas europeas –más patria que Unió–, pone de manifiesto. Y que ahora mismo lleva a muchos sectores de la población a sentirse más cercanos a Trump (o incluso a Putin) que a las instituciones europeas. El problema de Europa es recuperar un sentido compartido: si lo logra, la conciencia de rearmarse se dará con creces. De lo contrario, es difícil que la ciudadanía vea esa necesidad.

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