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01/04/2025
Escriptor i professor a la Universitat Ramon Llull
3 min
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En 1960 –hace apenas 65 años, que suele ser la edad de la jubilación– el sociólogo Daniel Bell (1919-2011) publicó un texto llamado El fin de la ideología. Abrió un debate que, en general, fue serio, sustancial y de largo recorrido; el contexto comunicativo de ese momento, que ahora consideraríamos "elitista", lo permitía (hoy se traduciría seguramente en un par de estirabots en X y dos docenas de insultos anónimos). Duró tanto aquel debate, y obtuvo tantas réplicas, que en 1988 Bell publicó un segundo texto que remitía al primero: Regreso al final de la ideología. El hecho de que saliera sólo unos meses antes de la caída del Muro de Berlín, del derrumbe del socialismo real, fue considerado por algunos como una mera casualidad y otros como un vaticinio argumentado similar al que había hecho una década antes Emmanuel Todd.

Bell afirmaba que las ideologías políticas hegemónicas en ese momento, el marxismo y el liberalismo clásico, estaban perdiendo relevancia en el seno de las sociedades occidentales postindustriales. Las grandes ideologías habían agotado su capacidad de movilizar y de inspirar a las masas, y los problemas sociales y económicos se estaban volviendo cada vez más técnicos: pedían soluciones pragmáticas en vez de respuestas doctrinales abstractas. Bello se refería, obviamente, al mundo occidental, no a lugares donde la gente no podía expresar libremente su parecer. En Occidente había un consenso mínimo "sobre la aceptación del estado del bienestar, la descentralización del poder, un sistema de economía mixta y el pluralismo político" (conviene recordar que estamos hablando de 1960, cuando Europa y Estados Unidos vivían una pujanza económica sin precedentes). de renovadas. La lista que propone Bell es muy interesante: "La industrialización, la modernización, el panarabismo, el color [la negritud] y el nacionalismo". ¿Cuál era la diferencia? Las ideologías nacidas en el siglo XIX eran universalistas; las nuevas, por el contrario, tenían una dimensión local difícil, o incluso imposible, de exportar al conjunto de la humanidad.

Algunos argumentaron entonces –y más adelante, en relación con Mayo del 68, por ejemplo– que las ideologías no habían desaparecido, sino que sólo habían cambiado de forma. Bell replicó que se trataba de algo mucho más profundo que un simple "cambio de forma". En el texto de 1988 considera que el Mayo del 68 no fue una bronca ideológica, sino "cultural y generacional", ligada, por otra parte, a la invención de la juventud como segmento de consumo específico (ropa, música, ocio, etc.) que se había llevado a cabo en Estados Unidos a partir de 1950. En los años treinta; unas décadas después, culminada con éxito la reconstrucción de la Segunda Guerra Mundial, se produjeron episodios conflictivos, sin duda alguna, pero de otra índole.

Pasados ​​65 años, y haciéndonos eco del gran giro de guión populista y autoritario que está viviendo directa o indirectamente el conjunto del mundo, ¿cómo valorar las ideas de Bell? Empezamos por dos preguntas sencillas: las ocurrencias de Trump, amplificadas por volantazos improvisados ​​y sobreactuados, o las peligrosas sacudidas basadas en una mezcla grotesca de ultraproteccionismo arancelario y de ultraliberalismo enloquecido, ¿pueden ser consideradas seriamente una ideología? ¿Y alguien cree que la confluencia de capitalismo salvaje y de partido comunista único en China forma parte de alguna verdadera ideología? Me parece que ambas preguntas se contestan solas. Y quien dice Trump o Xi Jinping dice Milei, Maduro y otros muchos, naturalmente. En cambio, si nos fijamos con atención en la lista de ideologías emergentes propuestas hace ya 65 años (la industrialización, la modernización, el panarabismo, la negritud y el nacionalismo) sólo echaremos de menos la que representan los nuevos feminismos y el ecologismo. En este sentido, la diagnosis de Bell no iba muy equivocada, salvo que confundamos el concepto de mentalidad o de lenguaje con el de ideología, como ocurre a menudo. En 2018 publiqué un ensayo sobre el populismo emergente planteándolo como lenguaje emocional, no como ideología. En ese momento, Trump, Orbán, Maduro, Marine Le Pen, Berlusconi, Beppe Grillo o Rodrigo Duterte formaban parte de un conjunto ideológicamente imposible. Tenían muchas cosas en común, sobre todo en términos expresivos y comunicativos, pero englobarlos bajo una supuesta ideología común era, y sigue siendo, un gran despropósito.

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