El regreso más especial de Ferran Jutglà, el futbolista de Primera que mejor conoce la C-17
El de Osona atiende al ARA a las puertas de un partido de Copa que "estaba deseando"
TorellóEl año 2018-2019 jugaba en el Sant Andreu y cobraba 700 euros que ardía en gasolina. Por las mañanas hacía un curso de socorrismo en la piscina de Manlleu, comía un táper en el asiento del conductor de su Seat Ibiza gris en alguna área de servicio de la C-17, por las tardes entrenaba en el Narcís Sala y llegaba a Osona cuando ya estaba oscuro. Este jueves Ferran Jutglà vuelve al barrio como jugador del Celta de Vigo. De jugar con el Sant Andreu contra un equipo de Primera a jugar con un equipo de Primera contra el Sant Andreu. "Estoy muy feliz. Estaba deseando que tocara el Sant Andreu. Para mí es un partido muy especial", explica en el ARA el delantero de Sant Julià de Vilatorta (1999), pocas horas antes del partido de la segunda ronda de la Copa del Rey entre los cuatribarrados y los gallegos (21 h, 2 Cat).
Jutglà fichó por el Celta este verano después de tres temporadas en el Bruges belga porque "tenía ganas de volver a España" y suma dos goles y una asistencia en 732 minutos con el equipo de Balaídos. En un mes habrá saboreado tres reencuentros: con Barça y Espanyol, y ahora con Sant Andreu. "Es muy bonito volver a los lugares donde has jugado. Se te remueven cosas por dentro porque recuerdas viejos momentos y te salen sonrisas", explica. Disfruta de lo que siempre había sido su sueño: jugar en Primera División. De niño, con aquella cresta engominada, a veces pintada de verde o de rojo, le poseía una pasión enfermiza: más de una vez le habían expulsado del entrenamiento y él se marchaba hacia las duchas enojado y gritando que le era todo igual porque llegaría a Primera. Lo ha logrado, pero el camino no ha sido fácil.
En el 2012 fichó por el Espanyol, pero al cabo de tres temporadas le descartaron. Tenía dieciséis años y el varapalo todavía resuena. Recuerda llorar mucho ese verano, tan "duro": "Son momentos complicados. Tienes que intentar sobreponerte, hacer fuerte la cabeza y tener claro que si tú quieres algo, por muchos batacazos que te jodas, tienes que levantarte deprisa y volver". Lo había aprendido en casa: la crisis del 2007 hizo bajar la persiana de la pastelería de su padre. A veces costaba llegar a fin de mes. El primer año de juvenil jugó en el Vic Riuprimer. Entrenaban uno o dos días por semana. "Para mí el fútbol en ese momento tampoco era tan importante", dice suspirante.
El curso siguiente jugó en Bellvitge, en División de Honor: iba del pueblo a Vic en una moto de 49 cc y de Vic a Barcelona en tren. Cuando acabó la liga jugó varios partidos con el Sant Julià. De extremo con el primer equipo, en Tercera Catalana, la penúltima categoría, y de central o medio con el juvenil, con sus "amigos", para pasarlo bien. "Era una época que no sabía qué hacer, si seguir jugando a fútbol o no, ni hacia dónde ir", dice. "Me imaginaba haciendo de entrenador y jugando partidos en Primera Catalana o Tercera División. El objetivo era sobrevivir, poder hacer algo que me gustara, intentar vivir del deporte", admite. Corría el 2017. Hace poco más de ocho años. Tenía 18.
Ferran Jutglà: una carrera construida a base de tortazos
Cuando le llamó el Sant Andreu juvenil pensó que era una broma. Jugó medio año en el Narcís Sala y en invierno del 2018 dio el salto al Valencia. Firmó un contrato de año y medio, pero a los seis meses le dijeron que no valía. Otro no, otro tortazo, "volver a empezar". Oír decir que ya no llegaría, que ya estaba terminado. Pero ese verano fichó por el Espanyol B y regresó al Sant Andreu cedido. Esa temporada jugó contra el Atlético de Madrid en la Copa y aprobó el título de socorrista. Trabajó en las piscinas de Torelló, Sant Julià y Vilanova de Sau. Corría el 2019. Hace seis años. Hace unos días fue a ver el partido de Segunda Catalana entre Torelló y Sant Julià. Desde el campo se ve la piscina en la que trabajaba. Se le ve a menudo por las gradas del fútbol catalán: "Me gusta el fútbol modesto, de estas categorías".
De 2019 a 2021 jugó en el Espanyol B y en 2021 llegó a Can Barça. Arrancó en el filial azulgrana y el pasado 12 de diciembre irrumpió en el primer equipo, de la mano de Xavi Hernández. Jugó nueve partidos entre la Liga, la Copa y la Supercopa, con dos goles. Si mira atrás siente "felicidad", quizás más que nunca, pero prefiere mirar adelante. En el mercado de invierno llegaron Pierre-Emerick Aubameyang, Ferran Torres y Adama Traoré y se cerró la puerta del Camp Nou. Fue el pichichi de Primera Federación. El verano del 2022 fichó por el Brujas por cinco millones de euros, con un contrato de millón y medio por temporada. En el Espanyol B cobraba poco más de 25.000 euros. Debutó en la Champions.
Desde Vigo sonríe feliz, orgulloso de un camino largo y lleno de sufrimientos: "Me ha costado mucho. Nadie me ha regalado nada. Estoy muy orgulloso de todo lo que he pasado hasta llegar donde estoy". Este jueves volverá al Narcís Sala. Sin el Seat Ibiza gris, sin escalera en alguna gasolinera de la C-17 para comer un táper. Pero el Seat Ibiza sigue en su cabeza y en el garaje de casa. Es el coche que utiliza cada vez que vuelve a Sant Julià.