Los calcetines que hacen callar a Donald Trump


El pasado 12 de marzo tuvo lugar una rueda de prensa en la Casa Blanca con el presidente Donald Trump; su vicepresidente, JD Vance, y el primer ministro de Irlanda, Micheál Martin. Tras hablar de la paz entre Rusia y Ucrania y sobre economía, Trump interrumpió abruptamente la conversación diciendo: "Sé que hemos venido a hablar de la inflación, pero tengo que decir que me encantan estos calcetines. [...] Estoy intentando estar concentrado, pero estoy muy impresionado con los calcetines del vicepresidente". Los calcetines en cuestión eran blancos con tréboles verdes, en deferencia a Martin por ser un símbolo de Irlanda y de la festividad de San Patricio. Sin entrar a valorar la preocupante e insensible facilidad con la que Trump puede enlazar temas de gran trascendencia en el orden mundial con otros tan fútiles, es interesante analizar cómo en los últimos tiempos los calcetines han adquirido importancia comunicativa entre la clase política.
A lo largo del siglo XX, los calcetines de hombre vivieron bajo un total anonimato, pero a partir de 2010 empezaron a alcanzar más protagonismo, sobre todo entre los que tenían que lucir traje cada día. Una nueva tendencia que arrancó especialmente en Reino Unido, donde los hombres, desde pequeños, se ven disciplinados en uniformes con pocas posibilidades de variación. Y si bien en las escuelas y los institutos ingleses hay estrictas restricciones de indumentaria, el ámbito de los calcetines es el único que no está regulado, lo que abre la puerta a un pequeño espacio de reivindicación y expresión de individualidad. Un espíritu de rebeldía que, siendo Inglaterra uno de los referentes indiscutibles en indumentaria formal masculina, ha llegado al mundo profesional como muestra de personalidad, originalidad y creatividad, y a la casta política para acortar distancias con los electores.
Una primera transgresión en entornos profesionales ha sido la moda de los calcetines rojos, los cuales simbolizan valores como la confianza, el poder y la autoridad con un toque de rebeldía permitida, que no rompe la etiqueta profesional. Unos calcetines rojos que, además, en la tradición británica son un símbolo exclusivo de estatus habitual dentro del mundo de la judicatura. Como consecuencia, los calcetines rojos han saltado a la esfera política a manos de figuras como Rishi Sunak, Nayib Bukele y François Fillon. El siguiente paso de rebeldía han sido los calcetines de colores llamativos con motivos divertidos, a los que también se han sumado varios políticos, entre los que destaca, en primer lugar, George HW Bush. Como persona con una personalidad introvertida, los calcetines divertidos han sido una muleta comunicativa para él, que ha llegado a afirmar: "I'm a sock men". Cuando quedó postrado en una silla de ruedas, los tobillos adquirieron más visibilidad. Entre las múltiples versiones de calcetines que ha llevado son dignos de mención unos con la cara del expresidente Bill Clinton, dado que pertenecían a partidos enfrentados.
El segundo y merecido lugar es para Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, conocido popularmente por sus originales calcetines, con patitos de goma, frases de bienvenida al Ramadán, la receta del gin-tonic o –los más comentados– los de la cara del personaje de Star Wars Chewbacca para inaugurar el Bloomberg Global Business Forum de Nueva York en septiembre de 2019. Trudeau se los ha hecho tan suyos que, en visitas oficiales a varios países, los calcetines llamativos y con mensaje han sido el regalo de bienvenida.
Muchos han bautizado esta moda, que se extiende cada vez más, como la "diplomacia de calcetines", ya que a menudo contienen alusiones culturales del país del político con el que te encuentras. A pesar de celebrar que los hombres se atrevan a vestir de forma más lúdica, es cierto que, en la esfera política, con demasiada frecuencia los calcetines acaban siendo la anécdota que recogen los medios. Un gesto por parte de los políticos para conseguir visibilidad y mayor presencia en las redes, a la vez que les sirve para enmascarar y desviar la atención, tal y como ha ocurrido con Trump, de los temas realmente importantes.