Somos seis millones (sin restricciones de agua)


Los seis millones de personas que vivimos en los más de 200 municipios que dependen de los embalses del Ter y del Llobregat ya no estamos en estado de alerta por sequía sino de prealerta. Ha llovido tanto que se han terminado las restricciones.
Pocas imágenes han sido tan desoladoras como la de la iglesia de Sant Romà de Sau al descubierto. La broma ha durado cuatro años y medio, y en algún momento más de uno ha pensado que nunca más volveríamos a ver el pantano lleno (de hecho, todavía le falta, porque está al 73%). Y la aguja desplomada de los embalses en la méteo de TV3 ha sido un elemento simbólico informativo que, sin palabras, ha logrado un mayor efecto psicológico sensibilizador que el de cien ruedas de prensa del Gobierno.
Deseo que este episodio nos haya marcado para siempre y que no demos el agua por supuesto. En el consumo doméstico parece ser así, porque en general la gente es responsable. Personalmente, no pienso guardar el cubo del lavabo ni abandonar la costumbre de aprovechar el agua de la ducha para hacer descargas en el inodoro, que son gestos de Capitán Lechuga pero permiten echar una mano. ¿Los ayuntamientos harán lo mismo cuando rieguen las calles? ¿Destinarán recursos y tendrán voluntad política para sellar las fugas en las tuberías? ¿Se reaprovechará el agua de las fuentes ornamentales? Al igual que hay líneas de ayuda para las placas solares, ¿se puede impulsar el aprovechamiento de aguas pluviales para riego doméstico? Porque si de algo ha servido este episodio de sequía es para entender que volverán a venir más y que no podemos derrochar ninguna gota de agua porque, por más que las desaladoras sean un paliativo, el agua sí cae del cielo.