Cómo nos gustan los buenos funerales

Funeral Papa
Periodista i crítica de televisió
2 min

Al final del funeral del Papa, el periodista Jordi Llisterri felicitaba a TV3 por "la sobriedad y la dignidad de la retransmisión", lamentando que hay ocasiones en las que este tipo de eventos se narran como si fueran partidos de fútbol. Los adjetivos se ajustaban a lo que vimos. Carles Costa repartió el juego entre los expertos en la mesa, la periodista de la casa Mireia Prats y Francesc Romeu, periodista y cura, colaborador recurrente en materia eclesiástica. Como ha sido habitual desde el deceso de Francisco, en algunos momentos la información y el análisis acaban derivando en una emocionalidad evangélica que pierde un poco la distancia. Desde Roma, Xavi Coral y Ferran Moreno completaban la mirada a una puesta en escena monumental y suntuosa. Pese a los deseos del papa Francisco de rebajar el desfile vaticano y las inercias periodísticas de hablar de sencillez, el espectáculo fue majestuoso y teatral. Las formas geométricas que dibujaba la muchedumbre ordenada de asistentes, el diseño arquitectónico de la plaza de San Pedro, las zonas cromáticas uniformes que generaba la indumentaria de los religiosos y la narrativa visual épica de los drones y las cámaras elevadas hacían inevitable pensar en la influencia fílmica de Leni Riefen.

El Vaticano sabe perfectamente cómo glorificar la institución. Nada más aparecer el ataúd, la realización hizo un plan cenital que potenciaba la espiritualidad del momento, como si Dios fuera un espectador más. Se evitaba mostrar las transiciones donde los portantes del ataúd sufrían por la carga: cuando tenían que subir o bajar escaleras, transmitiendo titubeo y exceso de temblor, se cambiaba de plano para censurar el trance y no restar perfección al ritual. Un plano recurrente observaba cómo el viento hacía girar las hojas del evangelio sobre el féretro, como si el Espíritu Santo hiciera mover las hojas. Se iba del plano detalle al plano general majestuoso. De las manos y anillos de los cardenales orando a la inmensidad de la plaza y el horizonte de Roma, sobrevolando la multitud congregada. Las cámaras estaban atentas a las interacciones de los grandes mandatarios, sobre todo en el momento de dar la paz. Al final de la liturgia, en el momento de las letanías, el lenguaje visual se invirtió: ya no era una cámara aérea la que observaba lo que ocurría en la tierra, sino que, con un contrapicado desde la plaza, nos mostraban solo el cielo y las nubes, como si el alma de Francisco ya estuviera allí arriba. Con el recorrido por Roma del coche oficial que llevaba los restos, llamaba la atención cómo la gente que esperaba por el camino, en vez de aplaudir, filmaba con el móvil el paso del vehículo. Tantos brazos levantados en hilera para captar la imagen parecían más un saludo desafortunado que un acto de rendir homenaje. Casualmente o no, cuando sonaba la campana de la basílica llegaba la noticia periodística: las imágenes del encuentro entre Trump y Zelenski reunidos en su interior. Se puede atribuir a los efectos de la diplomacia funeraria o, si las negociaciones por la paz llegaran a buen puerto, siempre podrá decirse que fue un milagro póstumo del papa Francisco y la excusa perfecta para hacerlo santo.

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