

Este lunes hemos terminado el viaje a la región de la Apulia que el ARA ha organizado con una treintena de suscriptores, y hemos vuelto afianzados en la convicción de que, en un mundo occidental que tiende a la imitación ya la sustitución culturales, Italia aguanta. Las emociones estéticas de una fachada, de unos frescos, de la cocina... son genuinas. La lengua sí se ha rendido un poco a la especie invasora del inglés, capaz de sacar manchas feas incluso en este edificio tan bien construido que es el italiano. Pero, contado y debatido, por mucho que nos parezcamos en el Románico, en los olivos (dice que tienen plantadas sesenta millones), en el mismo mar y en un pasado compartido de grandes potencias militares, uno pone los pies y sabe que ha atravesado una frontera.
Ha sido un gozo compartir estos días con personas que no se conocían pero que estaban unidas por el vínculo de un diario. La comunidad del ARA es exigente y generosa a la vez, y da sentido a la idea de que una comunidad nacional es aquella que celebra y sufre las mismas cosas. Estos días hemos podido hablar de ello, mientras de fondo el mundo parecía hundirse. Con su confianza, ya partir de ahora amistad, seguiremos diciéndoles buenos días cada día.