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Guerra arancelaria: no volvamos a los años treinta

Retratos y gorras de Donald Trump en la Bolsa de valores de Nueva York, esta semana.
13/04/2025
Catedràtic d'Història i Institucions Econòmiques del Departament d'Economia i Empresa de la Universitat Pompeu Fabra. Director d'ESCI-UPF
3 min
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Las medidas arancelarias del presidente Trump son tan sorprendentes y carentes de fundamento que están introduciendo caos y confusión por sí mismas. Todo el mundo trata de entender lo que quiere, pero cuesta encontrarle una lógica a sus objetivos. ¿Se trata de una medida para negociar? ¿Se trata de una medida para recaudar más impuestos indirectos y después bajar los directos? ¿Es consciente, el presidente de Estados Unidos, de que su país tiene una balanza de servicios muy favorable, precisamente en las actividades de mayor valor tecnológico?

¿Cómo puede iluminarnos la experiencia histórica? El pasado relevante es el de la guerra arancelaria que estalló en los años treinta, cuando los Estados Unidos subieron los aranceles contra el resto del mundo convencidos de que el cierre comercial les permitiría aumentar la producción interna, el empleo y el bienestar económico y compensar la crisis bursátil, pero se encontraron con un efecto contrario al previsto. En ese momento los Estados Unidos eran grandes exportadores y disfrutaban de una balanza comercial muy positiva. Fue una mala idea atacar arancelariamente al resto del mundo. Ahora el incremento de aranceles tiene más sentido, porque la actual situación de los Estados Unidos es de balanza comercial negativa –pero no puede olvidarse que la de servicios es muy positiva.

En los años treinta del siglo XX todos los países tuvieron que responder a la subida de los aranceles americanos con la subida de los propios, lo que creó una espiral contractiva del comercio mundial que afectó muy negativamente a los países más exportadores. ¿Cuánto tiempo duró ese impacto? ¿Meses? No. ¿Años? Tampoco. En muchos países, el impacto fue permanente. América Latina y el Caribe y las colonias europeas en África y Asia perdieron el acceso a los mercados más ricos y se empobrecieron para siempre. Se desmontó la globalización económica madurada a lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX.

¿Podría haberse evitado esta caída permanente? Sí. Este fue el objetivo de una parte de los acuerdos de Bretton Woods, en 1944: volver a un comercio mundial libre y sin barreras. Este objetivo entusiasmó a las repúblicas latinoamericanas, que eran el mayor bloque de estados independientes del mundo en ese momento. Cuba, muy perjudicada por la guerra arancelaria, ofreció inmediatamente La Habana como sede de la conferencia internacional para crear una Organización Internacional del Comercio (OIC). La OIC se creó sobre el papel en 1947, pero el estallido de la Guerra Fría en 1948 bloqueó su ratificación en el Congreso de los Estados Unidos. ¿Pueden ocurrir fenómenos parecidos? Sin duda. Pensemos que el regreso al comercio libre que había antes de la Gran Depresión tardó más de treinta años solo en eliminar los elementos más pesados de la montaña de papeleo burocrático que se había creado en los años treinta para obstaculizar el comercio en una situación de enorme escasez de divisas por importar. Se mencionaba "liberalizar" el comercio para referirse solo a eliminar los permisos necesarios para comerciar y reducir las barreras comerciales a los aranceles. Se tardó treinta años más en alcanzar el hito, en 1995, de la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que era el objetivo fijado en 1944. Y en inaugurar una nueva era de aranceles muy bajos –comercio casi libre–, culminada con el ingreso de China en 2001. Y es que es esta creación y su función de garante del comercio libre lo primero que saboteó Donald Trump en su primera presidencia. Ahora quiere aniquilar su existencia.

Dicho en otras palabras: abrir la caja de los truenos de una guerra comercial puede hacer retroceder a generaciones en el bienestar de buena parte de la humanidad –si no toda–. ¿Significa esto que no hay que reaccionar ante el ataque de Trump? No. No servirá una actitud contemporizadora y pacificadora frente a un jefe de estado que quiere ganar guerras arancelarias y económicas contra todo el mundo. Será inevitable aumentar algunos aranceles –preferiblemente con inteligencia, como sorprendió el propio Trump cuando hizo su primera guerra comercial con China–, con incrementos muy bien medidos y focalizados. En el caso europeo esto tiene que implicar castigar allí donde puede dañar a Trump –productos, áreas– y, sobre todo, allí donde los Estados Unidos son más excedentarios –servicios digitales–. Estos son una exportación de los Estados Unidos que rehuye excesivamente de la imposición directa e indirecta de los estados europeos y de la UE.

Visto desde la Unión Europea, que tiene más margen de actuación que otras partes del mundo, es necesario –es indispensable– actuar conjuntamente. Actuar por separado cuando lo que tenemos es un arancel comunitario común sería suicida. Más vale moverse rápidamente para consolidar los espacios de comercio más libre que existen en el mundo e intensificar las relaciones entre los estados que no son Estados Unidos. Y esperar a que Trump algún día revierta las medidas, no durante 90 días sino definitivamente, forzado por el daño que provocan a la economía de los Estados Unidos.

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