Déjeme decir, para empezar, que no creo en las conspiraciones arbitrales. Aunque vendan mucho y generen follón en el husillo en el que Elon Musk ha convertido el antiguo Twitter, alimentarlas sin pruebas fehacientes es poco constructivo. Los árbitros se equivocan como el resto de humanos que forman parte de este circo llamado fútbol, y hasta que no se demuestre lo contrario, me negaré a afirmar que sus fallos son deliberadamente favorables a determinados intereses. Pero cuidado, que hay matices. No creer en las manos negras es compatible a considerar una vergüenza que Kylian Mbappé, la estrella rutilante del Real Madrid, haya sido sancionado con sólo un partido después de su escalofriante entrada en el campo del Alavés.
La patada voladora del delantero blanco en Antonio Blanco es la entrada más dura que hemos visto esta temporada en la Liga y sólo ha recibido el mínimo castigo por parte del estamento sancionador. Un partido, es decir, el mismo que paga un futbolista por acumulación de tarjetas amarillas o por unas manos voluntarias combinadas con una protesta.
Es cierto que Soto Grado, con mal criterio, reflejó en el acta que la agresión se enmarcaba en una disputa por el balón, y que con este relato se hace más difícil justificar una penalización de cuatro o más duelos. Pero en pleno siglo XXI, y viendo la gravedad de la acción, esto ya no puede servir de escudo. Los despachos del fútbol, donde sobra testosterona y falta responsabilidad social, deben tener suficiente determinación para sancionar la temeridad y sobre todo el ensañamiento. Porque sí, Mbappé se cebó. Carga la pierna, la dispara y casi arruina la carrera a un compañero de profesión. Sin embargo, la secuencia ha quedado casi impune.
Que el madridista Mbappé solo se pierda el próximo partido de Liga y esté disponible para la final de Copa no es fruto de conspiración alguna, sino de la preocupante falta de contundencia de los organismos respecto al juego violento. Por mucho que un árbitro diga misa en un acta, entradas criminales como la del domingo no se pueden tratar de forma funcionarial.
Que no se eleven a la máxima instancia y no reciban un castigo ejemplar es el primer paso para que se vuelvan a repetir. Y lo peor de todo es que parece que involucionamos. No puede ser que Goikoetxea fuera sancionado con ocho partidos por su entrada en Maradona hace más de 40 años y que Mbappé hoy pague una octava parte por una acción en la que la mayor diferencia es que Blanco milagrosamente pudo seguir jugando. La comparación da vergüenza.