Antoni Llena con una "escultura disecada"
19/04/2025
Director adjunto en el ARA
3 min

Antoni Llena es uno de los grandes artistas vivos catalanes. No le conoce mucha gente. Ya le conocerá. Su arte efímero y sutil permanecerá. Un día será inmensamente famoso. Los artistas jóvenes le adoptarán e irán a Nueva York a admirar sus obras en el MoMA. Con el tiempo, y ante su escalofrío celestial, la gente se hará fotografías a los pies del monumento a los castellers de la plaza Sant Miquel o del David y Goliat de la Villa Olímpica. En las casas, los chicos y chicas harán origami imitando sus creaciones en papel y materiales pobres reciclados. Llegará la hora de que todo el mundo podrá ser artista gracias a su tímida y silenciosa revolución –una palabra que no le place–, gracias a su búsqueda de la eternidad en la fugacidad. Memorias de humo (L'Avenç) por fin se excluye el misterio de su increíble vida circular. La de un chico tímido nacido en el Eixample barcelonés en 1942 y que, aún adolescente, inseguro de sí mismo y sólo con un amigo fiel llamado también Antonio, decidió apartarse del mundo, hacerse monje. Este vivir alejado, en ocasiones en el siglo XIV, ha marcado su modernidad anacrónica, su delirio estético. Siempre un poco al margen, más allá o más acá. Ya de pequeño, con el otro Antoni, no jugaban a fútbol: se defendían de la grisura fantaseando, fabulando. Lo han hecho toda su vida.

"Agradezco infinitamente" a los padres que no "me llevaran al psicólogo", que "su pretendida dejadez permitiera que fuera mi instinto quien me guiara". Así pues, el niño Llena se encerró en un convento del Maresme. ¿Se encontraría a sí mismo en la dimensión espiritual? Limpio de masoveros de Benabarre, había descubierto la naturaleza en verano: en la masía bebían de un hoyo que recogía el agua de lluvia "y nos iluminábamos al anochecer con luces de gancho alimentadas con aceite". Esa austeridad la ha guardado como un tesoro. Naturaleza y austeridad es lo que encontró, con 15 años, en el convento, donde le hicieron la tonsura: "El pelo en forma de roscón". Se convirtió en fray Pacífico de Barcelona. El deseo sexual se le fundió angélicamente.

Antoni Llena hacia 1959 en el convento.

Con 18 años pasó a los capuchinos de Sarrià para poder estudiar filosofía en Barcelona. Allí, de la mano de los padres Jordi Llimona y Joan Botam, "dos gigantes", se le abrió el mundo "El único pecado es el miedo", le llamó Antoni Bernady y a dar pasos como fotógrafo de moda. Y se produjo el milagro del arte: mirando fascículos de pintura en su celda diminuta se reconcilió con la realidad. vocación. Al pintor le conoció durante la Capuchinada de 1966. Le dejó su celda para dormir, donde Tàpies descubrió un cuadro hecho con polvos de talco, "ay carai!" Fue así como el arte matérico de Tàpies apadrinó el arte pobre de Llena,4 meter en un sobre transparente y lo regaló a Tàpies. Escultura disecada. Luego vendrían las Burbujas de aire disecadas.

Abandonado el convento, y habiéndose hecho un hueco en el arte, huyó a Londres sin un duro y sin saber inglés. Limpió muchos platos, visitó todos los museos, descubrió a Miró... Y al final se vendió una carta de Tàpies al dueño del restaurante para pagarse el billete de vuelta. Sin oficio ni beneficio, se puso al servicio de Bernad, de quien Gae Aulenti dijo, "con acierto", que había nacido para hacer felices a los demás.

Después de diez años sin pintar, un buen día Llena compró un haz de papeles y, como cuando era pequeño, se puso a recortarlos. El círculo vital se iba perfilando. Luego vendrían los plásticos, los alambres... Fragilidad. Y al fin y al cabo, las grandes esculturas públicas, como gestos atrapados en el aire. La belleza inventada junto al inseparable Bernad: "Rilke dice que el amor consiste en dos soledades que, mutuamente, se respetan y reverencian; y Valéry, que consiste en poder envejecer estúpidamente, juntos".

Antoni Llena.
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