

La Unión Europea se ha convertido en un actor completamente irrelevante en Oriente Próximo. Desunida hasta el punto de no tener ninguna propuesta concreta para detener la guerra en Gaza, y acrítica hasta el extremo de validar con su silencio la destrucción total de la Franja y los crímenes de guerra que se cometen. El lenguaje oficial de cada declaración de "preocupación", de cada petición de "contención" en Israel, es el retrato de un fracaso buscado. La medida de cómo han cambiado las agendas y prioridades políticas en una UE que siempre se había colgado la medalla de ser el primer donante de ayuda a Palestina y hoy no tiene nada que ofrecerle.
Omar Shaban, miembro del Pal-Think for Strategic Studies, un centro independiente de Gaza, cargaba el sábado en Barcelona, en una conferencia organizada por el Cidob, contra esta pasividad. "Antes de la guerra venían los representantes de la Unión Europea y nos hablaban de derechos humanos y de la Convención de Ginebra... ¿De qué nos hablarán mañana?" El diplomático francés Gérard Araud, exembajador en Israel y ahora investigador del Atlantic Council, que participaba en la misma conferencia, se sumó a esta decepción con una Europa que ha perdido todo "derecho moral" de ir por el mundo hablando de derechos humanos, porque "se nos reirán a la cara" y nos recordarán Gaza. Incluso el hasta ahora alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y nuevo presidente del Cidob, Josep Borrell, admitía la doble moral de una UE en la que "los muertos de Gaza no cuentan tanto como los de Ucrania".
Esta distancia entre las dos guerras que sacuden al vecindario este y sur de la Unión se ha ensanchado aún más en el nuevo ciclo político europeo. La sombra de la complicidad se ha ido extendiendo de forma incómoda. Lo recuerdan las pocas decenas de funcionarios que todavía se siguen manifestando en silencio a la hora de comer frente al edificio de la Comisión pidiendo "paz y justicia".
El sábado, la Media Luna Roja Palestina hizo público un vídeo de más de 6 minutos grabado en el interior de uno de los vehículos atacados el 23 de marzo por el ejército israelí. Las imágenes y las autopsias confirman que los quince paramédicos y personal de emergencia civil, uno de ellos trabajador de la ONU, fueron asesinados y enterrados en una fundición bajo la arena de Rafah. Según el ejército israelí fue una operación contra efectivos terroristas, pero las pruebas lo contradicen. Una masacre diaria casi normalizada en el relato de una guerra que aparece y desaparece de los titulares de los medios.
El alto el fuego en Gaza se ha roto y el mundo ha vuelto a mirar a otro lado. Los expertos alertan del efecto que la brutalidad de la destrucción puede tener en la radicalización de la región, pero las agendas inmediatas están marcadas.
El escritor indio Pankaj Mishra, recién publicado El mundo después de Gaza, denunciaba la semana pasada en Barcelona esta "ausencia de ninguna contención ética". La imposición de un mundo en el que "el poder tiene la razón" y está bien hacer uso de la fuerza. "En la destrucción de Gaza y el apoyo occidental a estas matanzas vemos la lógica de estos cambios" que, según Mishra, nos ponen ante el espejo de la enfermedad crónica que sufren nuestras sociedades: de la dolorosa indiferencia al desprecio por los derechos y principios aprobados, precisamente, para recuperar la razón en un mundo que ya había quedado devastado.
La exhibición de la fuerza es hoy una moneda al alza. Por eso Donald Trump y Benjamin Netanyahu han exhibido este lunes en la Casa Blanca la fortaleza de su alianza. De igual modo, Viktor Orbán, que ha hecho del irredentismo una estrategia política, se permitía anunciar el pasado jueves que Hungría salía del Tribunal Penal Internacional, y lo decía acompañado del primer ministro israelí tras recibirlo con todos los honores, despreciando la orden de arresto dictada contra Netanyahu. Orbán no desafía, así, únicamente a la legislación internacional, sino también a su compromiso con una Unión Europea débil.
Hace unos meses, el hasta hace poco representante especial de la UE para Oriente Próximo, Sven Koopmans, reclamaba en un encuentro con estudiantes que Europa "necesita un plan y no sólo esperar y ver qué pasa". Pero sin plano, y sin voz, la UE se aferra al pobre lenguaje de la contención en un conflicto que concentra la quiebra de ese orden internacional en crisis acelerada.