Joan Berlanga: "Lo que realmente enseñamos a nuestros hijos es lo que somos"
Escritor, profesor y padre de Pau y Arnau, de 24 y 21 años. Da clases de ciencias sociales en una escuela de adultos. Fue profesor asociado en la UAB y concejal de Educación del Ayuntamiento de Sabadell. Acaba de ganar el 62º premio Folch y Torres de novela para chicos y chicas con 'La extraordinaria vida de un perro en las últimas' (La Galera), ilustrado por Karina Cocq. Es la entrañable narración en primera persona de un perro sabio que cuenta su vida.


BarcelonaEl libro va sobre un perro que está en las últimas y que se dedica a recordar y reflexionar sobre la vida. Intento poner en valor dos elementos: el valor de lo que hemos vivido como patrimonio vital y también lo pequeño, la lluvia fina del día a día, que a menudo pasan desapercibidas, pero que acaban siendo la esencia de nuestras vidas.
Parrac es un perro a punto de morir.
— El libro habla del final de la vida, de la muerte, con la pretensión de presentarla como una última etapa vital que es necesario saber gestionar y aceptar. Creo que es bueno hacerlo en una novela infantil, porque tiene que haber espacio para historias que quieren distraer desde la reflexión pausada.
Tengo un montón de preguntas sobre hijos y perros.
— Lo siento, pero no te puedo responder porque nunca he tenido perro. Escogí a un perro como narrador porque me permitía tener un observador privilegiado de una familia.
¿Qué tipo de padre eres?
— Creo que he sido un padre implicado, pero demasiado cuadrado, sobre todo durante los primeros años. No fui el mismo tipo de padre cuando nació mi primer hijo que cuando ya iban a ambos al instituto. Este proceso de cambio continuo, personal y contextual, a mí me ha divertido mucho porque me gustan los cambios y porque me ilusiona empezar cosas nuevas. A su vez, entender que el contexto es cambiante por definición me ha ayudado a tener claro que la cosa va sobre todo de surfear como un buenamente puede.
Explícame alguna dificultad específica que hayas superado.
— El contexto actual resulta especialmente difícil porque la llegada de internet está generando cambios profundos y estructurales en todos los ámbitos, cambios que están provocando mucha desorientación. Gestionar la educación de un hijo se convierte en un reto dificilísimo que, en muchos casos, nos acaba angustiando. Sin ir más lejos, diría que ese mismo suplemento Criaturas es hijo de ese contexto y quiere ser una ayuda en este sentido.
En tu caso, ¿qué te angustia?
— Destacaría otras dos dificultades de tipo personal. Por un lado, mi tendencia a ser excesivamente responsable me hizo ser en algunas ocasiones demasiado rígido anteponiendo lo correcto en teoría por encima de lo que quizás pedía la situación en la vida real. Por otra parte, he encontrado que es difícil intentar educar en valores que no son los imperantes. Nadar contra corriente era muy agotador, pero ceder a algunas dinámicas sociales que estaban muy lejos del mundo que yo quisiera también me hacía sentir mal.
¿Y qué hiciste?
— Hice lo que pude, pero visto en perspectiva, creo que en algunos momentos caí en un perfeccionismo bienintencionado, pero que no era asumible. Si volviera a empezar afrontaría la educación de mis hijos de forma más relajada, dejando fluir más las cosas. Pero, como nos ocurre a menudo, aprendemos cuando ya hemos vivido las cosas.
Y esa actitud de dejar fluir más las cosas, ¿no la sentiste ya al tener el segundo hijo?
— Con el segundo hijo intenté seguir los mismos criterios que con el primero. Pero desde muy temprano Arnau dejó claro que tenía su propia personalidad. Las fórmulas que funcionaban con el mayor, con el pequeño no sirvieron. Este hecho me ayudó a entender que aunque pretendiera tenerlo todo controlado, ellos eran personas independientes que acabarían haciendo la suya.
Sospecho que, cuando los padres echamos la toalla, los hijos empiezan a ser libres.
— La etapa actual me gusta mucho. El mayor vive en Barcelona en un piso compartido y el pequeño aún vive en casa. Ya son dos adultos con los que puedo hablar de todo y paso grandes ratos con ellos. Sin embargo, a pesar de que hacen más la suya y los veo menos, no acabo de distanciarme del todo de sus vidas ya veces quizás estoy demasiado pendiente de ellos porque soy muy sufridor y protector. Pero tampoco me caufico demasiado porque a estas alturas encuentro que padres e hijos debemos aceptar tanto las virtudes como los defectos.
Un último pensamiento.
— Mi gran conclusión de la paternidad, y el único consejo que me atrevería a dar, es que debemos intentar ejercerla en contextos donde pueda salir la mejor versión de nosotros, porque lo que realmente enseñamos a nuestros hijos es lo que somos.