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La cumbre del partido de extrema derecha Patriotas por Europa con varios dirigentes ultras como Geert Wilders, Marine Le Pen, Santiago Abascal, Viktor Orbán y Matteo Salvini
13/04/2025
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BarcelonaLa crisis mundial provocada por la llegada al poder de Donald Trump ha intensificado el debate sobre cómo etiquetar, ideológicamente, a las esferas controladas por la extrema derecha. Una polémica que estaría provocando no pocas reticencias entre historiadores, politólogos, analistas y periodistas a la hora de exponer hechos e ideas negro sobre blanco. Porque no se trata solo de una cuestión de formas a la hora de utilizar el repertorio terminológico: ¿derecha extrema, extrema derecha, ultraderecha, ultraderecha populista? ¿O simplemente populismo derechista o populismo ultra? Podría parecer que estamos ante eufemismos y sucedáneos a la hora de hablar de Trump, Putin, Netanyahu, Orbán o Le Pen. Hay quien alerta del riesgo de caer en cierta "banalización" del fascismo. Y las señales que emite la realidad invitan a zambullirse de lleno en el fondo de la cuestión.

En 2021 el pensador italiano Steven Forti intentaba exponer la relación entre los electores más jóvenes y el fenómeno global ultra. Y quizá por eso Forti decía que "tildar de fascistas a las nuevas extremas derechas no tiene ningún sentido y, además, es contraproducente". Al cabo de solo tres años, en noviembre de 2024, con Trump con el poder a la vuelta de la esquina, Steven Forti daba un giro significativo y aseguraba: "Las extremas derechas como Trump están asesinando a la democracia". No se equivocaba, pero iba con cuidado a la hora de establecer analogías con el fascismo y el nazismo.

Una formulación similar es la del historiador británico Richard Evans cuando afirma lo siguiente: "Los líderes que podrían convertirse en dictadores, como Trump, son enemigos de la democracia, pero no son nazis". No lo ve así el también historiador Robert Paxton, estadounidense y especialista en fascismo. Paxton también creía que Trump era un populista ultra hasta el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Hitler llega al poder aprovechando la descomposición de la República de Weimar, y por ahora Estados Unidos no es un estado fallido, es una estructura sólida. Pero las grietas, que sí las tiene, son un presagio del declive al que Trump puede abocar al país.

"Cada época tiene su fascismo"

"Cada época tiene su fascismo", escribe la exsecretaria de Estado Madeleine Albright en el encabezamiento de su libro Fascismo, publicado en el 2018, cuando el nubarrón ultra ya tomaba formas amenazadoras. Albright, de origen checo y víctima de la ocupación nazi, equipara el fascismo al "vacío". Y se pregunta cuánto vacío será necesario que aterrice en nuestras sociedades para que quede suficientemente claro que el populismo ultra es fascismo. Un grito de alerta tan intenso como el del pensador neerlandés Bob Riemen, que penetra en las perversiones provocadas por el descalabro económico del 2008. Riemen habla de unas sociedades que despiertan bruscamente del sueño hedonista, se sienten heridas y engañadas, y optan por el resentimiento y el odio que le suministra el ultranacionalismo populista y redentor. Y concluye: "Hoy en día podemos constatar que lo que con toda evidencia es un resurgimiento del fascismo, en nuestra sociedad todavía no se puede llamar por su nombre".

Fascismo en el que queda incluido el régimen policial de Vladimir Putin, como explica la periodista exiliada Yelena Kostiuchenko en su libro Mi país querido. "Rusia es un estado fascista, desgraciadamente. El fascismo ha ido penetrando lentamente, pero finalmente ha florecido con la guerra". En 1997, antes de ser asesor de Putin, el filósofo nacional-comunista Alexander Duguin ya escribía sobre el "fascismo rojo sin fronteras". El objetivo, por lo tanto, se habría culminado.

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