Protesta contra el ataque del gobierno de Estados Unidos a la libertad académica, en Nueva York, el 17 de abril.
19/04/2025
2 min

En plena ofensiva ideológica contra las universidades y el pensamiento en general, Trump ha encontrado una contundente resistencia en la Universidad de Harvard, que se ha negado a aceptar las imposiciones que se le exigen –con incidencia directa contra la libertad de investigación y programación– para recibir financiación del Estado. Y es alarmante que haya sido la única universidad que ha reaccionado sin tapujos en defensa de la razón de ser de las instituciones universitarias.

Estos hechos borran cualquier duda sobre la existencia de una corriente conservadora que penetra ya incluso en la prensa liberal y que quiere negar lo evidente: que la restauración autoritaria que lidera Trump es una mutación sin matices de la democracia liberal que empalma directamente con la tradición fascista. Dice Siri Hustvedt: "En mi barrio de Brooklyn todo parece aparentemente igual, y sin embargo la rutina está teñida de miedo".

Cuando Trump advierte que los científicos no pueden publicar informaciones sobre temas sensibles sin autorización gubernamental está atacando la más elemental libertad de investigación. Cuando exige el fin de los programas universitarios dedicados a la diversidad, equidad e inclusión, está destruyendo las bases más elementales de la relación de la academia con la sociedad. Cuando promueve una lista de 199 palabras prohibidas y cuando niega legitimidad a cualquier aportación que ponga en duda su visión estratégica, y lo apuesta todo a quienes se apuntan a sus obsesiones, tabúes, prohibiciones y caprichos, se está situando en el autoritarismo posdemocrático, que es la fórmula renovada de la tradición fascista: todos del mal. Un delirio que concluye en algo incompatible con cualquier régimen de carácter democrático: la negación de la división de poderes.

Trump cree que el poder legislativo y el poder judicial –que es el responsable de actuar contra las violaciones de la legalidad– deben estar sometidos a sus decisiones. Y ser totalmente complacientes con él. La degradación se hace patente cuando cualquier decisión judicial que afecte al presidente y su camarilla es inmediatamente descalificada, y cuando la Cámara de Representantes y el Senado viven permanentemente bajo amenaza. E incluso la prensa liberal está dando ya síntomas de adaptación a esa música.

Que Harvard haya sido la única en plantar cara dice poco a favor de un sistema educativo que había adquirido reputación universal y que se tambalea en la primera sacudida de la insolencia autoritaria. Hay que decir las cosas por su nombre: el neofascismo ha tomado el poder en EE.UU. Y genera estupor la rápida adaptación de medios de comunicación reconocidos como referenciales. ¿Y la sociedad civil? ¿Se puede hablar todavía de ello o está ya colonizada por los magnates que han llevado al emperador al poder?

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