Protesta en Nueva York a favor de las libertades académicas, el 17 de abril, que es precisamente en EE.UU. el Día Nacional por la Educación Superior.
24/04/2025
Economista. Catedratic emèrit de la UPF i de la BSE. President del BIST.
3 min

Mi reacción a la elección de Trump por mayoría absoluta fue un "allá ellos" y abstenerme de escribir sobre la vida interna de Estados Unidos. Pero no puedo mantener mi propósito. No era racional. Los europeos dependemos demasiado de esa vida interna. Además, para mí no era una decisión emocionalmente sostenible. He vivido más de un cuarto de siglo en EE.UU. Mis hijos han nacido ahí. Trabajé en tres universidades: Minnesota, Berkeley y Harvard. Las quiero a las tres y las tres están entre las diez que Trump ha seleccionado para prestarles una especial atención en su infame asalto a la academia. Me centraré en Harvard, por su prominencia y porque es la primera que se ha plantado y ha levantado la bandera de la resistencia.

El primer ataque lo recibió la Universidad de Columbia (Nueva York), que, poco o mucho, se plegó a las exigencias del gobierno Trump. Una victoria que lo estimuló. Hace unos diez días transmitió a Harvard, bajo la amenaza de recortar los fondos de investigación públicos, 10 exigencias. Harvard respondió que no iba a cumplir y su presidente publicó una carta abierta explicando por qué. En estos momentos el gobierno está poniendo en cuestión 9.000 millones de dólares en subvenciones de investigación. También las exenciones fiscales. La capacidad de resistencia de Harvard será grande –su fondo dotacional (endowment) se valora en más de 50.000 millones de dólares– y la batalla jurídica será épica. La posición de Harvard ha sido recibida con entusiasmo por su comunidad (profesorado y alumnado; pronosticaría que también los exalumnos y donantes responderán). Y está catalizando la resistencia de la globalidad de las universidades atacadas.

El motor del ataque es el resentimiento antiintelectual que ha generado el trumpismo. Se justifica en aras de la lucha contra el antisemitismo. Pero como ha escrito Michael Roth, presidente del Wesleyan College y él mismo judío: "Es un pretexto para un conjunto muy amplio de agendas que nada tienen que ver con el bienestar de los judíos". Trump está instrumentando a esta comunidad.

Las exigencias a Harvard incluyen reformas en la gobernanza, la supervisión del gobierno en la contratación de profesores y la admisión de alumnos, hacer un test político para la admisión de alumnos internacionales, garantizar la "diversidad de puntos de vista" en el profesorado (¿habrá que contratar a creacionistas?), la eliminación de políticas de diversidad-equidad-inclusión y el control de las asociaciones de alumnos. La comunicación termina con un: "Esperamos su cooperación inmediata". Una auténtica intervención.

La negativa de Harvard a "cooperar" en la "regulación gubernamental de condiciones intelectuales" se basa en principios: invoca los derechos garantizados en la Primera Enmienda de la Constitución (libertad de expresión) y en otras leyes: "Ningún gobierno puede dictar lo que las universidades privadas pueden enseñar, a quién pueden admitir o contratar, y qué áreas de estudio e investigación pueden desarrollar" (escribí sobre el tema en un artículo de enero de 2024, "Las libertades universitarias"). Aun así, Harvard tendrá que obedecer las leyes y tendrá que ganar la batalla legal. Hoy el Tribunal Supremo es conservador y ya ha dado la vuelta a la ley de derechos civiles de 1964 que prohibía la discriminación de los afroamericanos. Ha establecido que las universidades no pueden aplicar consideraciones raciales de ningún tipo a la admisión de alumnos.

En el debate quizás no se insista lo suficiente en los derechos individuales del profesorado. Las ayudas competitivas las gana el investigador, por mucho que las gestione la universidad. Condicionarlas a la actuación global de la universidad cuestiona los fundamentos de la institución universitaria como comunidad de académicos libres. Por esa razón creo que la apelación de Harvard a su carácter privado no ayuda. Berkeley y Minnesota son públicas. Esto no puede hacerlas, ni a ellas ni a su profesorado, más vulnerables.

No es la primera vez que una ola represiva sacude a EEUU y sus universidades. El período 50-54 vivió la Caza de Brujas del senador McCarthy. Al final, le perdió fijar su objetivo en una gran institución, las fuerzas armadas. En seis semanas de debates en el Senado –retransmitidos en directo por televisión– se desacreditó ante el pueblo americano. La derrota fue simbolizada en la expresión de un testigo: "¿Dónde está su decencia, senador?" ("Have you no sense of decency, senator?"). Las universidades son también una gran institución. Quizás algún día un universitario preguntará "¿Dónde está su decencia, presidente?" y, como en 1954, de repente se percibirá que va desnudo.

stats