El cartel de la Generalitat para este 23 de abril está encabezado por la frase "Sant Jordi es de todos". Como el marketing del gobierno de Isla descansa sobre el eslogan "El Gobierno de todos", es probable que su creador pensara que la fórmula era adaptable a cualquier circunstancia, y de ahí este "San Jorge es de todos".
Al menos, es una idea sorprendente. Mira si la fiesta de Sant Jordi es de todo el mundo, y cuando digo todo el mundo quiero decir universal, que todo el mundo quisiera copiarla. A todo el mundo que la conoce le gusta, porque todo el mundo encuentra que ha logrado un equilibrio perfecto de primavera, alegría popular, civilidad, amor y cultura (y caja cobre). Mira si ya era, de todos, Sant Jordi, que los partidos más rabiosamente españolistas aprovechaban el día para proponer cambiar el 11 de septiembre por el 23 de abril como fecha de la fiesta nacional, porque la idea de un país con puestos de libros les parecía más llevadero que la de una nación que recuerda que el ejército borbónico entró a matar.
Decir que Sant Jordi es de todos no hace falta, es redundante, sobre todo si es el gobierno de Catalunya quien lo dice a los catalanes. Porque entonces el resultado se asemeja más a un "San Jorge es de todos, ¿eh?", como si alguna vez no lo hubiera sido, como si la política de "normalización" consistiera, también, en la secular advertencia sobre la necesidad de un catalanismo bien entendido, es decir, no independentista.
Sant Jordi es una fiesta de la literatura en la que caben todas las lenguas, empezando por la lengua catalana, que es la lengua del país en la que se inventó la fiesta. Y así como Sant Jordi gusta a todos, la lengua catalana sigue siendo combatida por aquellos que no creen que tenga que ser la lengua de todos. Aquí es donde el Gobierno debe poner sus esfuerzos.