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Entre 'woke' y ultra: la equidistancia tramposa

Trump y Musk durante su entrevista conjunta en la cadena Fox.
17/04/2025
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"La extrema derecha representa la reacción contra una izquierda woke que quizás ha ido demasiado lejos". Este lugar común normalmente no se utiliza para introducir un debate sobre la izquierda y los retos que afronta, como el de reconciliar la defensa de las identidades individuales y la universalidad, o como el debate en torno a la importación acrítica de conceptos provenientes de un posmodernismo anglosajón que no siempre captan la complejidad de nuestra sociedad. Al contrario, cuando uno oye esta reflexión, lo que vendrá después és una caricatura hecha con brocha gorda de la izquierda contemporánea que consolida una potente idea instrumental en el ascenso de la extrema derecha: la existencia de una supuesta hegemonía cultural (lo que la extrema derecha llama marxismo cultural) de una izquierda condescendiente y autoritaria que impone al ciudadano medio una nueva moralidad antinatura a través del filtro de la corrección política. Más allá de youtubers e influencers, hay una serie de opinadores en los medios tradicionales, disfrazados de enfants terribles aunque a menudo pasen de los sesenta y tengan las vidas resueltas desde hace años, que se quejan de que la libertad es amenazada por el wokismo. Es habitual que los mismos que hacen escarnio de los "ofendiditos woke" vean una ofensa insufrible en que una feminista los corrija o que alguien les sugiera alguna fórmula de "neolengua inclusiva", pretendiendo convertir, a menudo en pro de un narcisismo exasperante, sus pequeñeces cotidianas en la prueba definitiva de que hay razones legítimas para rebelarse contra un supuesto yugo woke y buenista que atenta contra su libertad.

Una equidistancia tramposa que afirma vivir a medio camino entre el buenismo woke y el cretinismo malvado de Trump, cuando en realidad su descripción de la izquierda es un caso de la falacia del hombre de paja (un adversario convenientemente desfigurado para que sea más fácil de combatir) que en el mejor de los casos sirve para ridiculizarla y en el peor para legitimar y asumir como propios algunos postulados.

A diferencia del supuesto peligro etéreo del buenismo woke, el peligro del malismo reaccionario es hoy absolutamente pornográfico y tiene consecuencias palmarias. Líderes septuagenarios (Trump, Netanyahu, Putin, Xi, Erdogan) muy machos, algunos orgullosamente misóginos, homófobos y acosadores, perpetran limpiezas étnicas, violan los derechos de las minorías y de los inmigrantes a plena luz del día, destruyen el estado del bienestar, niegan el cambio climático, meten a alcaldes opositores en la cárcel y se reparten el mundo pasando por encima de pueblos soberanos, instaurando un nuevo imperialismo decimonónico de oligarcas y autócratas en el marco incomparable de una monarquía fundamentalista saudí que corta a pedacitos a los periodistas disidentes. A otro nivel, pero igualmente tóxico, tenemos a personajes como Mazón, que mienten compulsivamente para tapar negligencias flagrantes y pactan con la extrema derecha para mantener el culo en la silla con 225 muertos en el barro, o exministros que con toda la pachorra mienten en sede parlamentaria conscientes de que son intocables. Pero leyendo algunas de las mencionadas plumas, parece que todo esto es culpa de Irene Montero, "que fue demasiado lejos con la ley del solo sí es sí", y más ahora, después de que el TSJC haya absuelto a Dani Alves contradiciendo a la Audiencia Provincial de Barcelona.

Esta equidistancia frente a tanta maldad reactiva fortalece un antihumanismo que no solo pasa por encima de un supuesto moralismo intervencionista de izquierdas, sino que destruye valores liberales fundamentales que, en principio, conservadores y centristas deberían sentir como propios. La equidistancia, precisamente, refleja la renuncia de buena parte de conservadores y centristas a comprometerse con estos valores. Una renuncia que ya se hizo visible hace unos años cuando en aras de la contención de la deuda se destruyeron los derechos sociales de millones de europeos y se normalizaron la desigualdad y la pobreza más lacerantes, y que la extrema derecha aprovechó para crecer. Pero hoy piden endeudarse para rearmar Europa.

Podemos criticar y ridiculizar a la izquierda guay, pero el problema de verdad no es un wokismo presuntamente hegemónico, sino la ausencia, como lo fue durante el período de entreguerras, de un humanismo conservador democrático activamente antifascista. La equidistancia no es otra cosa que la cobardía y el cinismo con el que se viste la irresponsabilidad histórica.

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