Hoy hablamos de
La trompa de los elefantes asiáticos tiene muchas más arrugas y finas que las de los elefantes africanos.
08/04/2025
Director adjunto en el ARA
3 min
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Cada época tiene su elefante en la habitación. Aquella cosa evidente que no queremos ver, ese problema que nos negamos a identificar, a discutir. ¿Qué es lo que hoy nos sucede extrañamente inadvertido a pesar de tenerlo ante los ojos? Durante siglos fue el machismo patriarcal, finalmente desenmascarado. También el abuso de la naturaleza, que ahora se nos ha vuelto en contra. O el racismo, que todavía colea por no decir que señorea.

Hoy, la inmigración —seguro que hay otras— es un gran elefante que tenemos delante de las narices y preferimos ignorar: les explotamos, no les damos papeles, les tenemos malviviendo entre nosotros y, por si fuera poco, les echamos las culpas de nuestro malestar. Chivo expiatorio. Cuando hubo la pandemia, quizás la gente empezó a ver, en el silencio de las calles vacías, todos los elefantes invisibles con los que convivimos. Pero los hemos olvidado muy pronto, ¿verdad?

En el libro Elefants (Empúries), premio Mercè Rodoreda, Toni Güell ha escrito cuentos en los que sutilmente, a la manera calderiana, aparecen estas grandes bestias africanas o indias como metáforas que sacuden nuestra normalidad. Presencias incómodas, absurdas, en medio de nuestras vidas ajetreadas e imperativas. Por ejemplo, la de un empresario de éxito, propietario de un imperio de gasolineras, que el día que le homenajean no para de ver al animal en cuestión. No entiende qué le ocurre, se queda embobado. Quizás la audiencia piensa que se ha hecho mayor, que está perdiendo la cabeza. Pero él, sin duda, ve al elefante y se siente profundamente desconcertado. Claro: habría preferido no verle nunca.

Toni Güell.

Como nos ilustra el autor, los elefantes no son paquidermos, sino proboscidios. Otra rara evidencia confusionaria. ¿Por qué todo el mundo está equivocado? Son primos hermanos de los extinguidos mamuts. Y son los mayores animales terrestres que existen en la actualidad. No verlos es algo grave. ¿Cómo puede ser, por ejemplo, que no nos demos cuenta de que el capitalismo financiero, a través de los algoritmos desatados, se está convirtiendo en una autónoma realidad elefanciaca? Güell inventa una sociedad que sale de la gran crisis grabando el viento con un impuesto. ¿Y si grabamos los algoritmos? La pregunta no parece tan absurda. Ya lo tiene, la ficción, que se adelanta a la realidad.

La amistad es, a veces, también una especie de elefante. En ese caso de zoológico: inmensa e intocable. Jordi, protagonista de uno de los cuentos, piensa que, a diferencia del amor, que le auscultamos desde todos los ángulos, "el miedo a escudriñar la amistad tiene que ver con que, tratándose también de una fidelidad indispensable, es la que menos se nos presiona para que forme parte de nuestra vida. Ningún código civil ni ningún sacramento nos empuja a contraer este compromiso. Es exactamente lo mismo que dice la filósofa Marina Garcés en su último ensayo, La pasión de los extraños.

En el relato Delectación, en una conversación de tren, dos chicos y una chica ensayan imaginar su amistad futura, cuando el más bello y atlético de ellos sea un futbolista famoso y se presente a recoger a los otros dos con un Porsche. De repente, también ellos se ponen a charlar de elefantes, los de Aníbal de los que les habló Escribano, el profe. Quizás por culpa de su paso por ahí todavía "en el campo del insti hay estos hoyos tan grandes". Ríen. Esto es la amistad: ironía surrealista sin papeles. Un elefante en la conversación. El rastro intangible que deja es, sin embargo, imborrable. ¿La amistad es el elefante que nos salvará?

Elefantes está escrito con elegancia y fluidez, con ingenio y sentido. Toni Güell ha entrado en la narrativa catalana pisando fuerte, como un sutil y delicado proboscidio que camina pausadamente y que, como quien no quiere la cosa, nos hace sonreír y pensar porque ve, y nos hace ver, tanto los detalles significativos como los elefantes invisibles.

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