Desconcierto, desazón e impotencia

Cola de peatones en una gasolinera de Barcelona
28/04/2025
Escritora
2 min

Primero me doy cuenta de que no tengo internet. Ni wifi ni luz. La reacción espontánea es coger el móvil para tratar de encontrar alguna información y saber si el incidente afecta a mi calle oa toda la ciudad.

La primera sensación es de indefensión y de impotencia. Entonces, como una revelación, cojo el único transistor que existe en casa. Miro por la ventana a ver qué aspecto tiene la calle y de momento todo es normal, pero de repente me doy cuenta de que, en el balcón de enfrente, un vecino ha tenido la misma idea que yo y tiene el transistor en la mano.

Mientras la memoria me traslada en un pequeño flash en la lejana noche del 23-F –la vida en torno al transistor–, Ricard Ustrell me hace saber que el apagón es general. En toda Cataluña, en toda la península Ibérica, parece –al principio corre la voz– que en algunos países europeos; más tarde sabremos que ha estado en España y Portugal.

El deseo de información me mantiene enganchada al transistor, pero también una cierta parálisis: no puedo trabajar, no puedo mirar una serie, no puedo planchar, no puedo tomarme un café.

Me invade aquella mezcla de sensaciones que suele aparecer en situaciones de excepcionalidad: inquietud con chispas de emoción y una base de inquietud.

Empiezo a sufrir por los hospitales, por las escuelas, por el tráfico, por los restaurantes con neveras llenas. El desconcierto va creciendo y la ausencia de comunicación representa un choque. Y los míos, ¿están todos bien? ¿Podremos volver a casa? La reflexión es inevitable: ¿cómo lo hacíamos cuando no había móviles? Por unas horas nos vemos obligados a recuperar algunos conceptos: calma, paciencia, resignación frente a la impotencia.

Quiero saber qué ha pasado y quiero saber qué pasará. Pero en algún punto del cerebro empieza a tomar forma una idea: mientras esto no pueda ser, hay que pensar alternativas: leer, charlar con alguien, distraerse, pensar, dibujar. Son cosas muy sencillas. Las que hacíamos antes de poner nuestras vidas en manos de la electricidad y las tecnologías.

Y mientras intento concentrarme en la lectura, empiezan a volar abejorros que me inquietan: ¿cómo y cuándo se resolverá este disparate? ¿Cuándo puede volver a ocurrir? ¿Alguien tomará alguna decisión para evitar que vivamos en esta indefensión total?

Sólo pienso que, en tiempos de pandemia, fuimos tan ingenuos de creer que de aquella experiencia terrorífica saldríamos mejores y que aprenderíamos algunas cosas básicas. Pero no fue así. Del mismo modo, me temo que haber vivido ese trance, si no terrorífico, sí incómodo y angustioso, no servirá de nada.

O espera, quizás sí, quizás a partir de ahora nunca nos faltarán unos cuantos paquetes de pilas en casa.

Disculpad la falta de optimismo y de fe en la humanidad. Mi solidaridad a los que ha sufrido graves consecuencias y mi agradecimiento a todos los que ha trabajado y trabaja para volver a la normalidad.

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