Literatura

Una novela de belleza siniestra que maravilla y atormenta a partes iguales

'Els mascarells', de Anne Hébert, narra la desaparición de dos adolescentes en plena efervescencia sexual en un pueblo enfermo de normas

Las afueras de un pueblo costero de Quebec
3 min
  • Anne Hébert
  • LaBreu Ediciones
  • Trad. Antoni Clapés
  • 222 páginas / 19 euros

Dice el DIEC que el mascarell es un "pájaro marino de la familia de los súlidos, de unos 90 centímetros de largo, de plumaje blanco con una mancha negra en torno a los ojos" que tiene la particularidad de lanzarse al mar como un loco. En el Diccionario Català-Valencià-Balear se añade otra acepción de la palabra: "Mascarado, manchado de máscara". Éste es también el título de la traducción catalana del thriller psicológico escrito por la autora, dramaturga y poeta quebequesa Anne Hébert (1916-2000), una obra que en 1983 ganó el premio Femina y el Premio del Gobernador Central de Canadá, entre otros, y que, en francés, lleva por título Las fous de Bassan.

La historia narra la desaparición de dos adolescentes en plena efervescencia sexual, Nora y Olivia Atkins, primas y bonitas, en un pueblo enfermo de normas. Un mes después, el mar vuelve a la orilla los cuerpos deshechos de las dos jóvenes. Sin embargo, lo que interesa a Hébert no es el móvil policial al uso, ni siquiera el culpable, sino el punto de vista diversificado de los narradores, que, en un monólogo interior narrado adaptado al registro de cada personaje, cuenta la historia en retrospectiva, en cada una de las seis secciones del libro. Son personajes con identidades muy definidas y perversas que generan todo tipo de reacciones en el lector. Destaca la voz discordante del joven Percival, el demente del pueblo, que en el fondo es el más coherente de todos. Y en un segundo plano no menos importante está la descripción del entorno, un territorio salvaje, ventoso, de paisajes en fuga y atmósferas asfixiantes, con olas altas y acantilados, al norte de Canadá, relleno de crueldad e incesto (todo el mundo tiene los ojos azules), en una falacia.

Todo ello al servicio de un lenguaje entre posmoderno y poético (muy bien traducido por Antoni Clapés) que da lugar a un estilo fragmentario, de elipsis y de pequeñas escenas encadenadas para formar una atmósfera global. El mar y la naturaleza son dos de los puntos fuertes de la pequeña comunidad del pueblo costero de Griffin Creek, formada por familias de ascendencia inglesa que se han aislado en un territorio de Quebec mayoritariamente francófono dominado por un miedo huelgo y apegados todos ellos a unas creencias religiosas muy rígidas y castradoras que forman parte de la vida. tiempo ya los roles de macho tóxico y mujer sumisa, "aplacada y domada".

Sordidez y un lenguaje rico

La irrupción de la sexualidad (latente, siempre) en este contexto –la llegada de Stevens Brown, el primo atractivo de las dos chicas– desquicia a la comunidad cerrada ya menudo con relaciones de consanguinidad en plena canícula del año 1936, concretamente el día 31 de agosto. El recién llegado genera alerta en los habitantes masculinos de Griffin Creek y un deseo reprimido en muchas de las mujeres enclaustradas de la aldea, que ahora están dispuestas a atravesar límites para seguir los bajos instintos que, en el fondo, las dominan. Es un libro raro, a veces desagradable, perturbador, no nos engañemos, porque la sordidez y la oscuridad con la que la autora impregna las relaciones humanas son incómodas pero, justamente por eso, necesarias a nivel artístico. El lenguaje exquisito y rico de la autora compensa lo que se nos explica. Pero algo está claro: las chicas jóvenes de Anne Hébert son objeto de deseo y un premio para los hombres, mientras que las mayores son un motivo de repulsión. Y todas, eso sí, son contenedores de violencia machista. La denuncia a una sociedad repugnantemente desigual es una de las fortalezas deLos alcatraces.

En cuanto a la investigación (que queda en segundo término pero también está ahí), siempre se ve rodeada de misterio, pero al final de la obra el lector llega a saber quién es el asesino cuando ya tiene un nudo en la garganta. Como en toda buena novela negra, nadie está libre de culpa. El relato lírico del mal, en manos de Hébert, se transforma en una fábula deudora deEl ruido y la furia (1929) de William Faulkner, en la que se añaden las cartas estremecedoras del joven Stevens que abren y cierran el corazón de voces narrativas, mezcladas con referencias a libros populares infantiles, la poesía de Rimbaud o citas literales de la Biblia. En definitiva, estamos ante un libro de belleza siniestra que maravilla y atormenta a partes iguales. Toda una joya literaria.

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