

Tras el discurso del vicepresidente estadounidense JD Vance en la conferencia de seguridad de Múnic y de la reunión de Zelenski con Trump en la Casa Blanca, se hace difícil escribir sobre otra cosa que no sea Europa y su futuro. La victoria de la extrema derecha en EEUU y el nuevo orden internacional que trata de imponer deben espolear a los líderes europeos y provocar una acelerada reorganización política del continente. Es hora de que los europeos nos dejemos de ilusiones sobre cómo nos gustaría que fuera el mundo, y que adoptemos las decisiones difíciles que hay que tomar para hacer frente al mundo tal y como es. Es la hora del realismo.
La invasión de Ucrania ya nos mostró nuestra dependencia estratégica en defensa y energía. Las políticas arancelarias de Trump y su uso de la economía por la amenaza geopolítica ponen de manifiesto nuestra dependencia económica y tecnológica. Y las palabras de Vance muestran que ni en el ámbito ideológico podemos fiarnos de EEUU. Ahora sí que hemos llegado al fin de la historia de Fukuyama, pero no como él anticipó. Occidente se ha agrietado. La nueva clase dirigente estadounidense ha comprado el discurso de Putin cuando, hace apenas cinco años, declaraba al Financial Times que el liberalismo estaba obsoleto. Europa se queda prácticamente sola en la defensa de la democracia liberal y debe medir muy bien sus fuerzas. Un continente todavía políticamente dividido y sin autonomía estratégica, no puede defender el orden liberal internacional. Debe hacer un ejercicio de realismo y preocuparse, ante todo, de determinar bien sus intereses y conjurarse para defenderlos.
En esta tarea será fundamental hablar claro a los ciudadanos: guardar el idealismo en el armario y encarar la realidad. Como decía Robert Kagan hace ya más de veinte años, Europa se ha permitido durante demasiado tiempo vivir en un mundo paradisíaco pero irreal.
La reciente política europea nos proporciona dos ejemplos claros de esta falta de realismo. El primero ha sido la política de transición energética para conseguir una economía descarbonizada. Ante un fuerte movimiento ecologista, los dirigentes políticos no han tenido el coraje de explicar a la ciudadanía los costes de esa transición. Se nos ha asegurado que la transición no perjudicaría a la competitividad de la economía europea, sino todo lo contrario. Incluso, con la nueva Comisión, el departamento que se ocupa de estos temas se llama de Transición Limpia, Justa y Competitiva, en un ejemplo más al menos de wishful thinking, si no de pura propaganda.
Uno de los conceptos centrales en política económica es el de trade-off o dilema. Una situación en la que la consecución simultánea de dos objetivos es imposible por razones presupuestarias o tecnológicas. Para conseguir un objetivo, es necesario sacrificar al otro, al menos parcialmente. En economía estos dilemas son comunes, no en vano es la disciplina dedicada a la administración de los recursos escasos.
El dilema es obvio en el corto plazo. Es posible que en el futuro el desarrollo de tecnologías que emiten menos emisiones tenga un impacto positivo en la competitividad, como ha logrado China en algunos sectores, pero éste es un efecto indirecto que no compensa el impacto inmediato de las políticas de transición.
El segundo ejemplo de falta de realismo es la actual discusión sobre el incremento del gasto en defensa. Se quiere presentar a la ciudadanía como si fuera una alternativa de bajo coste, ya que son gastos que promoverán el crecimiento económico, la productividad y las mejoras tecnológicas. De nuevo, no nos engañemos. Más cañones significa menos mantequilla, como siempre han afirmado los manuales de economía. ¿No hemos dicho durante muchos años que había en Europa un dividendo de la paz? Pues prepararse para evitar la guerra, por supuesto, tiene un coste, aunque el gasto en armas tenga algún efecto indirecto en el progreso tecnológico.
Es mejor hablar claro a la ciudadanía que recurrir a los subterfugios o la propaganda. Es necesario que no se generen falsas expectativas que acaban menguando la credibilidad de los dirigentes cuando la ciudadanía se siente engañada. Además, es necesario que los votantes asuman la decisión en toda su magnitud e importancia. Es una política impopular que debe tomarse conscientemente y que, por ejemplo, no debería modificarse si en las próximas semanas, en función de las negociaciones en curso, el conflicto bélico se estabiliza. El cambio del escenario geopolítico que vivimos ha llegado para quedarse y Europa debe ajustarse a él, lo antes posible.