

Sumar es una formación con aspiraciones de movimiento que se formó deprisa y corrientes con el objetivo de concurrir a las elecciones de 2022: significaba la liquidación (o, al menos, una estocada severa) al proyecto de Podemos y el impulso definitivo de Yolanda Díaz (es bueno recordar, contra el tópico de la historia y la historia) cultura propia) como jefe de filas de una nueva izquierda española. Se suponía que Díaz venía a representar un liderazgo más suave y flexible, pero también más pragmático, en contraposición a los hiperliderazgos que habían lastrado a Podemos desde sus inicios: el de Pablo Iglesias, por encima de los demás, pero también los de Errejón, Monedero o la propia Irene Montero. El sectarismo, así como el personalismo y la egolatría, han sido en gran medida el punto más débil de los movimientos con vocación transformadora que se han producido tanto en Cataluña como en España en los últimos años, desde el independentismo al 15-M pasando por el feminismo, el ecologismo y lo que ustedes quieran.
Sumar se construyó con la concurrencia de una veintena de formaciones políticas, muchas de ellas con sus satélites, anillos, confluencias, etcétera. De esta complejidad, que podía entenderse como su debilidad más evidente, Sumar quiso hacer bandera y presentarse como la formación que representara mejor la pluralidad: ideológica, pero también lingüística, cultural y nacional del estado español, que la izquierda española a menudo ha rechazado y combatido tanto o más enérgicamente que la derecha. Los chirridos que ha generado la articulación de tanta diversidad interna han sido, junto con los problemas inherentes al hecho de ser el socio pequeño en un gobierno de coalición (del primer gobierno de coalición de España, un país con una escasa o nula tradición de atención a la pluralidad), el principal problema que ha arrastrado a Sumar en estos todavía no tres años. Lo han sufrido especialmente las formaciones soberanistas de izquierdas que se incorporaron desde los Países Catalanes, como Compromís al País Valencià o Més por Mallorca, que en ocasiones han tenido problemas para hacerse escuchar con toda la potencia que correspondería, a pesar del muy buen trabajo de parlamentarios como la valenciana Àgueda Micó o el mallor.
En un momento en que todas las izquierdas occidentales se encuentran en el callejón sin salida de cómo saber cómo responder a la quiebra de las sociedades del bienestar (no lo sabe nadie, en realidad) ya la pujanza de las extremas derechas, en un círculo vicioso de causas y efectos, la asamblea más o menos refundadora de Sumar (que pretende, esta vez sí, aglutinar a todo el mundo, incluyendo a Podemos), recuerda un hecho que en España es especialmente visible: que la derecha ultranacionalista es tan potente y pesada que contrarrestarla, y eventualmente ganarla, requiere la suma de esfuerzos de todas las minorías, por divergentes que estén entre ellas. Esto como principio general, y más ante las elecciones de 2027, en las que ya está pensando todo el mundo.