Opinión

Intercambio de casas

09/04/2025
2 min

El sábado dormí en una casa intercambiada. Los propietarios la dejaban a cambio de poder ir ellos a casa de otro. Nunca lo había hecho y de entrada tuve una sensación fantasmagórica. La noche anterior, en aquella casa adosada dormían sus dueños. No había cambiado nada, sólo los inquilinos. Por unas horas fui un vecino escondido, como una carcoma en un mueble cualquiera.

Tenía las llaves de otros, cogía cerraduras de puertas habituadas a unas manos distintas. Los interruptores notaron unos dedos raros. Tenía la impresión de estar invitado incluso a los objetos. Bajar y subir las persianas hacía un ruido desacostumbrado, como la carretera. Las voces atravesaban paredes de otra porosidad. El refreque de almohadas, sábanas y toallas no era exactamente el mío. Había unos vecinos desconocidos, césped artificial y sólo dos cuadros y en una sola pared de la casa. La limpieza y el orden eran distintas. Dormí en la habitación de una niña. Abrí el armario y estaba lleno de vestidos colgados, como en una casa de muñecas. Hacía tiempo que no lo veía.

En toda la casa sólo encontré una docena de libros, impersonales, de gran tirada, puestos en una estantería en la habitación de planchar, entre objetos como reliquias: una videocámara VHS, una televisión analógica, álbumes de fotos… Aun así, el noventa y nueve por ciento era lo mismo que en todo el hotel; la privacidad es mayor que en el hotel precisamente porque ella misma también es intercambiable, como lo son la hospitalidad y el agradecimiento por el cobijo. Pudo ponerme la ropa del propietario, estar casado con la misma mujer, tener la misma hija que vi en las fotografías enmarcadas.

Parece que una casa tenga que estar llena de secretos, pero no había rastro alguno. Todas las habitaciones eran accesibles, y el garaje también. Los secretos, si por fortuna tenemos, están dentro de nosotros. A lo sumo, registrados en los ordenadores y los móviles, que son portátiles y te los llevas contigo.

En la cocina no faltaban ni la cesta de fruta ni el café dentro de un bote. Desayuno mirando los imanes con notas colgadas en la nevera y el horario de clases de la niña. Nada me era ajeno. Pensé que podríamos realizar no sólo intercambio de casas, sino de personas y vidas. Ofrezco la idea a los programadores que quieran crear una aplicación y una start-up. Mucha gente se apuntaría. Apenas se notarían los intercambios. Nos haríamos más conscientes de nuestra modestia, incluso de los límites de nuestra libertad.

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