un fotograma de 'Adolescence'.
09/04/2025
3 min

Parece que gracias a la serie Adolescencia muchos se han dado cuenta de los peligros de dejar a los niños solos en internet y han descubierto la existencia de la llamada machosfera o los grupos de célibes involuntarios que odian a las mujeres. Bienvenidos al mundo de los saberes y conocimientos que han ido tejiendo y acumulando las pensadoras, investigadoras, activistas y opinadoras feministas que llevan tiempo hablando del tema. El problema es la curiosa ceguera selectiva que les da a muchos señores (y alguna señora) cuando quien escribe o habla es una mujer y encima feminista. Sorprende, y mucho, que todavía opere este mecanismo, como si el feminismo solo fuera cosa de mujeres y a los hombres no les hiciera falta ni leerlas ni escucharlas. Una vez le dije esto mismo a un colega que tenía la costumbre de no mencionar nunca, ni por error, a ninguna mujer escritora. Muy ingenuamente quise hacerle entender, desde la simpatía y la buena fe, que aquello no era normal, que no leyendo a feministas se estaba perdiendo un corpus muy interesante que es útil no solo para el segundo sexo sino para toda la humanidad. Se indignó como si lo hubiera insultado y me respondió: "¿Qué quieres decir? ¿Que para hablar de igualdad tengo que leer a feministas?" Juro que esto me ocurrió en esta década y en este continente.

Cada uno puede leer lo que quiera, por supuesto, pero descartar sistemáticamente a las feministas es renunciar a un punto de vista sobre el mundo que a menudo ha servido para anticipar peligros y riesgos de las transformaciones continuas en las que vivimos. Cuando desde una perspectiva igualitaria se denuncia que el neoliberalismo extremo imperante pretende poder comprarlo y venderlo todo, incluso a los seres humanos con prácticas como los vientres de alquiler o la prostitución, lo que hace es intentar ponerle un freno ético al mercantilismo radical, y si lo pone para las mujeres también lo pondrá para los demás, porque si una sociedad adopta la escala moral del movimiento impedirá que cualquiera pueda ser vendido o explotado. Cuando el feminismo empezó a denunciar a los fundamentalistas que nos querían hacer volver a un orden antiguo de subyugación y falta de libertad, lo que estaba haciendo era señalar el peligro que conlleva para todos los ciudadanos el hecho de teocratizar las democracias, el peligro de volver a unos regímenes en los que Dios está por encima de la soberanía de los hombres y los mecanismos de los que se han dotado para gobernarse. Cuando ahora señala las implicaciones para las mujeres de una teoría del género promovida por poderosas entidades farmacéuticas y contagiada socialmente a través de una virtualidad que escinde al individuo de su realidad material, no solo está defendiendo los derechos basados en el sexo real (el único sexo que existe, de hecho), sino que está poniendo un freno a la medicación masiva de toda su población, a la patologización del malestar que provocan los estereotipos sexistas tanto para las chicas como para los chicos y está poniendo sobre la mesa la falta de ética de unos profesionales de la salud dispuestos a mutilar a niños y niñas sanas en nombre de una ideología supuestamente progresista que esconde las ingentes ganancias económicas que se derivan de ello. De nuevo la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres es, en la práctica, una barrera interpuesta a la voracidad carnívora de unas corporaciones que han traspasado todos los límites conocidos. Y si los traspasan con las personas llamadas "trans" también lo harán tarde o temprano con el resto. Como seguimos sin escuchar a las feministas, sin embargo, tendremos que esperar a que Netflix haga una serie sobre una adolescente arrepentida de haber tomado bloqueadores de la pubertad o de haberse sometido a una doble mastectomía. Quizás entonces lo veremos claro y nos preguntaremos, como nos preguntamos hoy con Adolescencia: ¿cómo puede ser? ¿Cómo hemos dejado que ocurriera?

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