Detenida en Estados Unidos como en las dictaduras


El pasado martes Rumeysa Otzurk, una estudiante turca, fue detenida en la calle por agentes federales de Estados Unidos, vestidos de paisano, que la esposaron allí mismo y la metieron en un coche sin marcas policiales. Su "delito" había sido ser la coautora de un artículo crítico con Israel en el diario de la universidad.
Ya sé que en el catálogo diario de horrores no cabe nada más y que hay historias más crudas, como las que explicó el soldado ruso desertor a Francesc Millan en la entrevista que el ARA publicó ayer. Pero las imágenes de la detención de la estudiante, grabadas por una cámara de seguridad, no deben de ser muy distintas a las de la Stasi de la RDA o de los grises de Franco persiguiendo a disidentes. Con la diferencia de que eso eran dictaduras. Allí donde no hay libertad de expresión y de manifestación, y hay miedo a hablar públicamente en contra de las posiciones del gobierno, hay una dictadura.
La detención de Rumeysa Otzurk es un abuso de poder, un retorcimiento de la ley, una caza de brujas, un aviso a navegantes, la negación de eso de lo que siempre han presumido los Estados Unidos: el espíritu crítico, hacerse preguntas, el debate de ideas, que son los valores sobre los que, hace menos de cincuenta años, Reagan explicaba la superioridad moral americana por encima de la Rusia soviética.
Los hechos son importantes, aunque las redes y los discursos quieran hacernos creer que ya no lo son. Hoy son perseguidos los estudiantes y profesores universitarios que critiquen a Israel y las universidades que no demuestran la suficiente obediencia. Mañana lo será cualquier otro ciudadano que critique la invasión de Groenlandia o al líder supremo de la restauración nacionalista blanca.