

La extrema derecha global tiene ya una nueva víctima del sistema. "¡Yo soy Marine!", declaraba el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, tras conocerse la condena por corrupción de la líder de Reagrupament Nacional y musa de la extrema derecha, Marine Le Pen. Elon Musk decía a X que "cuando la izquierda radical no puede ganar mediante el voto democrático, abusa del sistema legal para encarcelar a sus oponentes"; y Matteo Salvini relacionaba, desde Roma, la condena por corrupción de la líder ultra francesa con la prohibición al ultranacionalista Calin Georgescu de presentarse a las elecciones presidenciales que deben repetirse en Rumanía. Incluso el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, condenaba la sentencia como "una violación de las normas democráticas".
El proceso de victimización está en marcha. La justicia francesa considera que Le Pen fue central en un "sistema" de malversación que desvió fondos europeos hacia su partido entre 2004 y 2016 –en una práctica de contrataciones ficticias extendida a buena parte del arco parlamentario francés, como explicaba el periodista Jean Quatremer en su libro Las salaudes de la Europa–. La sentencia la declara "culpable de complicidad en la malversación durante su mandato como presidenta del partido" y le impone una pena de prisión, que ahora se recurrirá. Pero, a diferencia del condenado Donald Trump, Marine Le Pen podría quedar inhabilitada para presentarse en las próximas presidenciales francesas. Y esta decisión no sólo desafía a los sedes, que hablan de "asesinato a la democracia" o de "golpe de estado judicial", sino también buena parte de la derecha conservadora que ha criticado la sentencia. La fractura política y social de Francia es hoy algo más profunda.
Reagrupament Nacional es la fuerza que sostiene parlamentariamente el débil ejecutivo de François Bayrou y es el primer partido, en número de escaños, de la Eurocámara. El clan Le Pen está en el corazón del proceso de radicalización de la política francesa y europea del último cuarto de siglo. Desde el discurso ultra, antisemita y antiinmigración del viejo Jean-Marie, pionero de la extrema derecha en el Parlamento Europeo, hasta la reconversión y "desdemonización" desplegada por Marine, el partido llegó a dotarse de un poder sin precedentes en Francia. Si en 2012 el Frente Nacional entraba en la Asamblea con sólo dos escaños, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2022 Le Pen llegó a obtener el 41,5% de los votos.
Reagrupamiento Nacional se ha hecho mayor a partir de una profunda desconfianza en el sistema, y esta condena refuerza los discursos de una democracia bajo sospecha. La ultraderecha europea habla de "declaración de guerra". Reagrupament Nacional es el partido que se había erigido en el defensor de las libertades individuales y del discurso de la seguridad, basada en la ley y el orden. Marine Le Pen –autoproclamada representante de la "Francia de los olvidados"– había logrado tomar el control parlamentario de una Francia donde el descontento de quienes recelan de Macron Bonaparte (como le llama el libro del periodista Jean-Dominique Merchet) no ha parado de crecer. La hija de Jean-Marie, que entró en política con el discurso de "manos limpias" contra la clase política tradicional, choca ahora con las consecuencias de la financiación ilegal de un partido que ya había estado en el punto de mira por los préstamos bancarios provenientes de Rusia. Incluso por los vínculos de décadas de acercamiento entre Jean-Marie Le Pen y el líder ultranacionalista Vladímir Jirinovski, con quien compartía antisemitismo. Pero el golpe judicial llega, precisamente, cuando Reagrupament Nacional está más consolidado que nunca; con una Europa reaccionaria, que se siente fortalecida y capaz de transformar cualquier escenario de incertidumbre en el argumento perfecto para el discurso identitario; que comparte (también con Putin) la tesis de la decadencia de las sociedades multiculturales y de una democracia europea en declive y contestada por sus aliados tradicionales.
El politólogo francés Aurelien Mondon teorizó hace tiempo sobre la idea de democracia reaccionaria. Las fronteras de las democracias son porosas y las tesis de la extrema derecha han logrado instalarse en la centralidad. Y ahora, en plena ola global que reescribe la idea de democracia, Francia se ve confrontada a un choque entre política y justicia, que alimentará la sombra de la sospecha sobre un sistema cada vez más debilitado.