El actual gobierno llamado socialista del president Salvador Illa tiene dos virtudes. Hablo de virtud en el sentido etimológico, de fuerza, potencia, no de conformidad con ninguna ley moral, lo que nos llevaría a otra discusión. La primera virtud es que sabe poner el acento de la obra de gobierno en la gestión, muy lejos de retóricas confusionarias anteriores, como lo del "gobierno republicano". La segunda virtud es la determinación con la que quiere desnacionalizar Catalunya —en el fuerte sentido de la palabra nación— para españolizarla, o si se quiere decir de otra manera, de intentar reubicarla confortable y dócilmente dentro de la nación española con neocolonialismo suave, soft, como dirían los modernos.
Cuáles serán los resultados en el primer frente todavía es una incógnita. Con este "gobierno de todos", ¿tendremos trenes puntuales? ¿Se ampliará el aeropuerto? ¿Habrá 50.000 viviendas nuevas? ¿Las calles serán más seguras? ¿Se recuperará terreno en el uso del catalán? El president Illa tiene a favor dos factores relevantes. Por un lado, el apoyo claro del gobierno español, porque se necesitan mutuamente. Por el otro, el aplauso de las fuerzas vivas conservadoras, principalmente las económicas y mediáticas, y paradójicamente, también el de las organizaciones y partidos llamados de izquierdas.
También tiene un par de factores en contra. el primero es que Salvador Illa necesita que Pedro Sánchez siga mucho tiempo en la Moncloa para obtener alguna pequeña ventaja competencial levantando la mínima resistencia del resto de autonomías. Sin el PSOE gobernando España, todo el proyecto del actual gobierno catalán cae por la borda. El segundo obstáculo es que el Estado es profundamente anticatalán y seguirá poniendo todas las trabas posibles a la justicia y a la prosperidad de Catalunya. Del sistema judicial, ni hablemos. Pero ahora se ha vuelto a ver en el grado de ejecución presupuestaria en inversiones del primer semestre del 2024, en el que seguimos a la cola de todas las autonomías. Una ejecución -en contra de los que atribuyen todos los males al proceso independentista- que solo fue excepcional en el 2017, con un 81% de lo previsto.
En cuanto a la segunda virtud, lo mejor que se puede decir es que no engaña a nadie, que es transparente. Acoger una feria de aceite andaluz en Sabadell, haber puesto a un delegado del gobierno en la Catalunya Nord que no respetaba su nombre ni la catalanidad y a quien no le interesaba el día de Sant Jordi —finalmente, dimitido—, o ir a celebrar Sant Jordi en Madrid entrevistándose con Javier Cercas y elogiando sin matices a un firme avalador de la catalanofobia como Mario Vargas Llosa, entre muchos otros señales, son gestos inequívocos y de alto valor simbólico. El president Illa quiere que se normalice la españolidad de los catalanes como paso previo al enésimo intento de conseguir que España normalice la catalanidad. Siempre entendida, cómo no, a la vieja manera de incorporarla a la nación española —permítanme la ironía— como una peculiaridad regional más en los eventos que organizan los herederos de la Organización Sindical Española y sus Coros y Danzas.
Este segundo propósito, defendido sin acomplejamientos y prácticamente sin resistencia en la izquierda parlamentaria, también cuenta con el apoyo de buena parte de los poderes fácticos con intereses españoles —económicos, culturales y sociales—, que ofrecen una buena coartada estratégica. La vuelta de algunas sedes sociales a Catalunya, como la del Banc de Sabadell, responde a la misma lógica propagandística de cuando se las llevaron. Nada más. El objetivo de desconflictivizar la relación de Catalunya con España promete el clima de certezas que ambiciona todo poder, y el gobierno lo representa en todo tipo de eventos públicos: inauguración de ferias, noches de premios literarios, recepciones institucionales, programaciones de los medios públicos...
No sabemos si el president Salvador Illa conseguirá lo que ya se había intentado antes. Su éxito no depende de él, sino de España. En la cuestión de la gestión, no lo tiene fácil, particularmente por eso que es tan determinante y que se ha llamado "singularidad fiscal", y de la que no se sabe nada. Y en el propósito de fondo, de momento diría que tiene mejores pronósticos en la españolización de Catalunya que en la catalanización de España. Y una cosa depende de la otra.
Ahora bien, lo que sobre le sopla a favor al gobierno del president Salvador Illa es la falta de un proyecto político alternativo creíble en cualquiera de los dos frentes, tanto en el de la gestión como en el del proyecto nacional. Ninguno de los dos partidos que le podrían disputar la hegemonía logra transmitir confianza en términos de una hipotética gestión más eficaz que la suya. Y ninguno es capaz de explicar de manera convincente cómo nos llevarían a la independencia si tuvieran la oportunidad.