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Cuidado con las prisas por apagar la TDT

01/04/2025
2 min
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Hace cuatro días se hablaba de 2030 como posible fecha para apagar la TDT, es decir, los canales tradicionales por ondas. Se suponía que entonces la práctica totalidad del consumo se habría desplazado ya a la televisión online y, por tanto, el espacio radioeléctrico que ocupan las cadenas de toda la vida podría liberarse para una creciente demanda en el sector de los móviles y la internet de las cosas. Por suerte, este umbral de 2030 ha decaído y ahora se habla de 2040… como mínimo. Basta con estudiar un poco la historia de los medios de comunicación para saber que rara vez desaparecen: más bien se pisan y se complementan. La desaparición de la TDT, aunque tenga mucho sentido desde el punto de vista tecnológico, sería preocupante en lo que respecta a la salud democrática. Y en Cataluña, más.

Torre de telecomunicaciones de Collserola, en Barcelona.

Para empezar, la TDT garantiza un servicio gratuito y universal, con el único coste del precio de compra del aparato. La recepción es igual para todos, tenga la renta que tenga. En cambio, la televisión IP incluye ya una primera discriminación: quien paga más, tiene más ancho de banda, más velocidad y, por tanto, más definición. Por no decir el problema de las zonas oscuras, sin cobertura. Pero, sobre todo, lo que más me inquieta de un mundo sin TDT es la dependencia de unas macroestructuras y redes de telecomunicaciones sobre las que el pueblo no tiene capacidad de fiscalización alguna. El espacio radioeléctrico, en cambio, es un bien público, y aunque lo gestione un estado existe la posibilidad de echar a los que mandan si no gustan. Conste que en Cataluña la TDT nos ha acabado yendo a la contra, ya que decisiones hostiles con el catalán han bloqueado la reciprocidad de emisiones entre TV3, IB3 y À Punt. Pero, sin embargo, la TDT da un mayor grado de soberanía que un internet en evidente deriva autoritaria.

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