

En Paquita y Lolita Reixach, las niñas del restaurante Hispania, donde tantas cosas hemos aprendido, las hacen hijas adoptivas de Arenys.
Paquita y Lolita, las dos hermanas que han hecho los "platos amas de casa", que han sabido transmitir esta cocina, sofisticada y popular a la vez, siempre con una historia detrás (la de lo que hace el pan de coca, la de lo que hace los guisantes, la de la bodega del Nèstor Luján), merecen este hombre. Por haber trabajado como un escarrás, por haber estado siempre, siempre, con la nariz sobre las ollas, cortando verdura, tomando nota, probando pulidamente con la cuchara, recomendando, explicando, divulgando una cocina, que es en realidad una manera de ver el mundo. De un color, de un sabor.
Las dos hermanas, seguro que algo atolondradas, harán lo que hacen siempre las amas de casa: se sacarán el delantal y se pondrán muy guapas. Todos nosotros, cocineros, clientes, amigos, aficionados, les agradeceremos todo lo que han hecho por la cultura, sin pretender nada ya la vez sabiendo muchísimo. Paquita y Lolita, sin ningún ego, sin ningún afán de protagonismo, con toda la naturalidad del ama ante el hecho, radicalmente cultural, que es la gastronomía, han ayudado a que la cultura catalana sea lo que es. La cocina, como la música, como la literatura, como la danza, como el vino, nos cuentan.
Ahora corremos, corremos, porque la cocina catalana está en peligro. No transmitimos ni fricandó, ni chanfaina, ni torta de recauda, ni escudilla. Y sabemos que sólo se puede querer si se conoce. Arenys las hace hijas adoptivas porque durante todos estos años han sido sin saberlo madres adoptivas. En el mío ratatouille particular están los guisantes de Paquita y Lolita, están las cuatro manos de las dos hermanas.