El 'kit' de supervivencia de Sánchez


MadridLos grandes debates en el Congreso de los Diputados no aportan soluciones a los problemas, pero tienen una virtualidad, la de servir para hacernos una idea de cómo están los principales dirigentes y sus partidos. Se trata de una especie de toma de temperatura que nos permite realizar deducciones sobre el curso de la vida política y el estado general del sistema. Lo digo porque el reciente pleno parlamentario sobre los proyectos europeo y español en materia de defensa y seguridad me llevó esencialmente a la conclusión de que el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, aguantará por tiempo indefinido, pero sin demasiados problemas. La razón de esa impresión es que se le ve muy seguro de sí mismo y capaz de contestar a todos los ataques del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, sin que se le mueva una ceja. Un dirigente político empieza a tambalearse cuando se le nota que lo está pasando mal, cuando le detectamos gestos de dolor y rictus afectado. A Sánchez no parece pasarle nada de eso.
Cuando Felipe González llevaba siete años de gobierno –como su actual sucesor– ya iba al Parlamento sin ganas, arrastrando los pies. Ciertamente, era otra época y otras circunstancias, pero debemos llegar a la conclusión de que estamos en presencia de un líder que necesita una temperatura muy alta para entrar en combustión. Lleva un recubrimiento psicológico que por ahora le permite desviar las llamaradas y los proyectiles que le lanzan de todos lados, sin que logren echarlo al suelo. No sé cuánto le durará esa capacidad de mostrarse inmune al asedio al que se le somete desde la izquierda y desde la derecha. Quizás un día cualquiera se le acaben las pilas, como pareció que podía ocurrir ahora hará un año, al inicio del procedimiento judicial contra su mujer, Begoña Gómez, lo que le llevó a detener su agenda política durante cinco días, supuestamente para meditar una posible retirada. Una hipótesis que no me pareció verosímil.
Siempre he creído, en cambio, que aquellos días de suspensión de la agenda debían servirle más para dedicar el tiempo a informarse de las eventuales complicaciones del asunto y para preparar las correspondientes estrategias de defensa jurídica. Y también para tratar de dar confianza a su mujer y apoyarle. Desde entonces Sánchez no ha dado signos de debilidad, aunque por Madrid ha corrido el rumor de que se siente cada vez más acorralado e irritado entre sus colaboradores en la Moncloa. Si es así, no lo demuestra.
En cambio, del citado pleno parlamentario sobre defensa y seguridad –que se convirtió en una especie de "debate sobre el estado de la nación" o de política general– salió vivo una vez más, aunque sin dar demasiada información y sin perspectivas de contar con unos presupuestos para 2025. Lo más importante, el compromiso de no rebajar el gasto. El debate coincidió con las tensiones internas que han tenido como protagonistas a sus vicepresidentas María Jesús Montero, ministro de Hacienda, y Yolanda Díaz, titular de Trabajo. Pero incluso este episodio, como otros que de vez en cuando han parecido poner en riesgo los equilibrios con sus socios, ha terminado con un acuerdo de circunstancias y sin abrir la crisis grave que la oposición querría ver como preludio del fin del sanchismo.
Feijóo sufre más
Feijóo, en cambio, tiene otro carácter y sufre más. No es el hombre que llegó a Madrid diciendo que haría una labor de oposición más bien moderada, sin insultos, dirigida a criticar al gobierno y ofrecer propuestas alternativas. La dinámica de la lucha por el poder le ha tragado, y no parece lo mismo. A Feijóo le convencieron de que había que demostrar agresividad, porque no se conquista la Moncloa con proposiciones de ley, sino logrando desgastar al gobierno y abriéndole heridas hasta desangrarlo.
Es difícil decir si los procesos judiciales contra Begoña Gómez, o contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, conseguirán el objetivo de presentar al PSOE como un partido rodeado de corrupción. Esto es lo que intenta el PP, con mayores posibilidades de éxito en lo que se refiere al caso del exministro Ábalos y su hombre de confianza, Koldo, un caso escandaloso. También duele a los socialistas el asunto del hermano del presidente y el trabajo que obtuvo de la Diputación de Badajoz, bien pagado y poco sacrificado. Pero todo ello, incluso con el refuerzo derivado de la labor de algunos jueces, no parece suficiente para deteriorar de forma definitiva las expectativas del PSOE. Feijóo, en todo caso, hizo en el Congreso un paquete de todos estos casos para definir a Sánchez como "el adalid de la descomposición y la decadencia". Habrá quien lo vea así, sin duda. Pero cuando este diagnóstico lo hace el líder del PP suena a exagerada descripción ya deseo incumplido, no logrado.
La gran ventaja de Sánchez
Es posible que un líder menos rocoso y no tan decidido como Sánchez a permanecer indefinidamente en la actividad política ya hubiera quebrado, teniendo en cuenta que a las complicaciones judiciales descritas debe sumar la dificultad de gestionar una olla de pactos exigidos por los socios que siempre está hirviendo. Ahora bien, la gran ventaja de Sánchez es que dispone de un kit de supervivencia que todavía no le ha fallado. Éste kit se compone, entre otros elementos, de una situación económica caracterizada por el crecimiento y unos niveles de empleo más altos que en otras épocas, de reacciones de sarcasmo para los rivales, de dosis de denuncias de los pactos del PP con Vox, y de un apuntalamiento que, en el fondo, los socios prestan al presupuesto para darle una mínima estabilidad.
Algunas acciones y omisiones de la oposición también nutren el kit supervivencia de los socialistas, como la larga crisis de Carlos Mazón al frente de la Generalitat Valenciana. Los testigos de víctimas de la tragedia que hemos conocido en los últimos días gracias al procedimiento que instruye la juez de Catarroja Nuria Ruiz son escalofriantes. Donde habrá también noticia durante mucho tiempo será en el Constitucional y en el Supremo. La tensión entre ambos tribunales irá a más, porque es muy probable que el segundo siga impidiendo la aplicación de la ley de amnistía después de que el primero le haya avalado. Lo podrá hacer por vía de una cuestión prejudicial ante la justicia europea. El pulso de la Audiencia de Sevilla en el Constitucional por el caso de los ERE de Andalucía es un test, un ensayo de lo que vendrá.