Hoy hablamos de
Silvia Orriols haciendo campaña por Aliança Catalana.
30/03/2025
Periodista y productor de televisión
3 min
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Si durante décadas, frente al purismo novecentista, algunos proclamaban que el catalán no sería una lengua normal hasta que se hiciera pornografía y prensa del corazón en catalán, ahora también podemos decir (qué remedio) que la política catalana no estará normalizada sin una ultraderecha autóctona. Al fin y al cabo, ya hay miles de empadronados en Catalunya que votan a Vox con toda soltura, y eso que es un partido que no solo es fascistoide, sino que pretende destruir lo que queda de la catalanidad y convertirnos en una especie de Pirineos Orientales españoles. Era muy ingenuo pensar que entre los catalanes catalanistas no surgirían los mismos espasmos ideológicos que amenazan al mundo entero. El miedo, el populismo y la xenofobia son riesgos a los que los catalanes no somos inmunes. No se puede decir que Aliança Catalana sea un partido especialmente potente, ni hábil, y su líder tiene una oratoria bastante justa, pero como en las artes marciales, ha aprovechado los ataques del adversario en beneficio propio. Y ya los tenemos aquí, con una proyección demoscópica de hasta 10 escaños en el Parlament, que sumados a la docena de Vox pueden formar una minoría relevante, con capacidad de distorsión e incluso de bloqueo.

Quien más ha hablado de Aliança Catalana no son los partidos independentistas, sino la izquierda "constitucionalista", es decir, el PSC y una parte de los comuns, que ha visto que tenía por delante una ocasión perfecta para deslegitimar al soberanismo catalán, al que siempre, desde los años del Procés, ha intentado colgar el sambenito del supremacismo. Incluso cuando las porras disuadían a los votantes del 1 de Octubre en nombre de la sagrada unidad de España, aparecieron Coscubielas dispuestos a desviar la atención atacando al soberanismo y sus pretendidos tics identitarios. El caso es que esos porrazos y esos ataques a la soberanía del Parlament (después de tres mayorías absolutas independentistas) son la base sobre la que una parte del soberanismo decidió que ya basta de sonreír y ser ingenuos. La opereta de la DUI, la huida de los líderes, el fracaso de Tsunami y los disturbios de Urquinaona hicieron el resto.

Algunos ya advertimos que esto tendría un precio, y que sería un precio sistémico: en los últimos años, la fe en la democracia, en la fuerza del voto, ha caído en picado en Catalunya. Si el independentismo fue ingenuo, más ingenuo todavía es el PSC (y el PSOE, y el PP) si cree que, tras la indignidad del artículo 155, se puede "pasar página" y sumir al país en una especie de amnesia colectiva que nos permita reencontrar la normalidad. Muy al contrario, una parte de la energía popular del Procés se ha convertido en escepticismo y en abstención; otra parte ha caído en las garras de la ultraderecha autoritaria, antiespañola, antiinmigración y anti-woke. Como este sector ya llevaba viento de cola por el éxito del populismo conservador en buena parte de Europa y ahora también en Estados Unidos, puede decirse que Aliança Catalana se ha encontrado con el éxito sin tener que mover ni un dedo.

El próximo Parlament puede estar dividido en dos bloques, el españolista y el catalanista, y cada uno de ellos fracturado en tres o cuatro opciones que van de la extrema izquierda a la extrema derecha. La posibilidad de llevar a cabo políticas unitarias, a largo plazo, quedará muy disminuida. La responsabilidad de los partidos centrales (PSC, Junts, ERC y comuns) es resistirse a las tentaciones extremistas. Y abrir un diálogo valiente sobre cómo queremos que sea el país de nuestros hijos. Hacer esto sin la gran representatividad que todavía tiene el soberanismo democrático –poniéndolo ante un muro, como hizo el PP en el 2017– nos condenaría a la parálisis, dividiría al país y podría alimentar aún más a una extrema derecha insaciable.

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