

El Reagrupament Nacional ya había anticipado una advertencia: "Si Marine Le Pen fuera declarada inelegible, alcanzaríamos un nivel sin precedente en el gobierno de los jueces". Y efectivamente, nada más salir del Palacio de Justicia, la patrona ya hablaba "de un atentado muy violento a la democracia", siempre con el argumento de que la única legitimidad es la que emana del pueblo soberano, que, cabe decirlo todo, hasta ahora no le ha dado nunca el acceso al poder. Termina así –a menos que un potencial recurso salvara a la condenada– la estirpe Le Pen que ha liderado la extrema derecha francesa, desde que Jean-Marie, el padre de Marine, desafió al gaullismo.
Nicolas Sarkozy, estos días también con cocidas judiciales, debía ser el gran modernizador de la derecha francesa y una legislatura hizo lo suficiente para poner fin a un fiasco espectacular. Unos años más tarde, Marine Le Pen aprovechó el desconcierto de las derechas y el bajón de las izquierdas y llegó a ser candidato contra Macron. Otra figura rutilante que perdió el norte con una legislatura. Y que en su desconcierto convocó en el 2024 unas elecciones que desmenuzaron las derechas liberales mientras Le Pen crecía al ritmo de las derechas radicales europeas y la llegada del momento Trump le generaba expectativas hacia el Elysée.
Prueba del desconcierto general de Francia es la reacción del primer ministro François Bayrou que, con un gesto impropio de su responsabilidad, ha salido a hablar de "acusación injusta". Una expresión más del estado de degradación de las derechas francesas, fragmentadas en extremo por el fallido liderazgo de Macron e incapaces de encontrar un rumbo compartido, condenadas a encadenar gobiernos en minoría.
A pesar de algunos pronósticos, no es evidente que Le Pen tuviera la presidencia al alcance en un par de años. Pese a que seguía siendo la candidata "teniendo en cuenta que no había decidido que hubiera otra", ha ido colocando a Jordan Bardella como potencial sustituto. Se trata, sin embargo, de un personaje más ideológico y menos empático, sin la naturalidad comunicativa de Le Pen, y no parece que el relevo sea automático. Y es previsible que Marine Le Pen siga marcando el paso, por mucho que las acusaciones que han provocado la condena estén perfectamente probadas. Mantiene la condición de parlamentaria y seguro que hasta la vista de los recursos pertinentes seguirá fijando la ruta.
En todo caso, la condena de Le Pen culmina la crisis de la política francesa, acelerada en el comienzo del segundo mandato de Macron que ha visto cómo su mayoría se hacía trocitos mientras los votos se desplazaban a derecha e izquierda. Y Francia sigue en un tiempo político confuso de imprevisible salida, mientras Macron, alejado de la política cotidiana, busca reponerse un nombre –de la mano del británico Starmer y del alemán Merz– lidiando las amenazas de Trump y Putin. ¿Serán capaces las derechas francesas de capitalizar el susto de Reagrupament Nacional o permitirán que la ciudadanía compre la indignación de la extrema derecha contra "el gobierno de los jueces"?