Una escuela con muchos valores y pocas virtudes
Lo que había sido un sistema de enseñanza catalana avanzada y ejemplar vive horas bajas, por decirlo suave. Y lo que más sorprende de este bajón, a quienes lo seguimos con preocupación atenta –pero con distancia–, es que no se haya sido capaz de diagnosticar a tiempo las causas, justo cuando el sistema ha sido más detalladamente evaluado que nunca. ¿Qué es lo que, a pesar de todos los datos de que se dispone, no ha permitido ver cuáles eran los principales obstáculos y desafíos que le estaban deteriorando?
Se solía decir que la culpa es negra y no la quiere nadie. La versión actual del refrán dice que son causas "multifactoriales", y así se diluye toda responsabilidad. Y sí, en asuntos tan complejos como es un sistema de enseñanza –permítanme no llamarlo educativo, en unos tiempos en que de educar, educa a todos–, es cierto que las causas de su deterioro son múltiples. Ahora bien, hay imprevistas, sí. Hay también incontrolables. Pero algunos pueden conocerse y actuar. Por tanto, a quien primero hay que señalar a la hora de pedir explicaciones es a quienes han sido responsables del análisis del sistema escolar ya quienes, desde dentro o desde fuera, han asesorado al Gobierno.
Un factor muy relevante del estado actual del sistema escolar catalán es el demográfico. En esto, la escuela no tiene capacidad de previsión ni de control, y sólo puede actuar a balón pasado. Sin embargo, en este caso, las precauciones políticas para evitar estigmatizar al extranjero pueden haber restado capacidad de respuesta. La llegada masiva de mano de obra barata ha determinado un sistema productivo basado en sueldos miserables. Ha llevado a un sistema de baja productividad y al empobrecimiento general, enmascarado hipócritamente por los crecimientos del PIB. Y ha favorecido un modelo que ha tapado sus vergüenzas a base de políticas de protección. Pero, paralelamente, se trata de un modelo de crecimiento que comporta el ingreso en el sistema escolar de aún más individuos –ya los había– de muy bajo nivel cultural y expresivo, y de escaso apoyo familiar, sino transmisor de una ausente actitud aspiracional. Y es una evidencia empírica de que el marco familiar, aunque se habla poco, puede dinamitar –o potenciar– las buenas intenciones de la escuela. Claro que es necesario tener una escuela que combata las desigualdades de llegada, pero no se le pueden cargar todas las de salida, ni condicionar su funcionamiento hasta el punto de obligarla a rebajar toda ambición de calidad. Como ocurre ahora.
Porque, y es un hecho que conozco de cerca, la administración pública presiona al profesorado en las rebajas, forzando falsos aprobados y el paso de nivel –con amenazas a las direcciones si no se pliegan–, quizá pensando que haciendo mentir los datos oficiales se ocultará el fracaso del sistema. Hasta que la situación revienta, como ocurre ahora mismo. Y también es un hecho que cuando se habla de solucionar el bajón de la calidad, parece que todo tenga que resolverse con aulas con ratios más bajos y más profesorado. Pero, ¿quién puede garantizar la calidad de un profesorado que resulta de contrataciones masivas e indiscriminadas? ¿Quién evalúa la calidad formativa del profesorado que sale de las universidades? ¿Cómo se actúa en caso de incompetencia manifiesta? Si yo tuviera que elegir, preferiría un aula más llena con un profesor experimentado que un aula con menos alumnos y un profesor inexperto. Y puesto que hablamos, además de las evaluaciones de competencias de los alumnos, quizás encontraríamos alguna buena respuesta en la evaluación del nuevo profesorado. Y, muy particularmente, encontraríamos razones en cómo el sistema acompaña al profesorado que sí trabaja con rigor y hasta la extenuación. Al fin y al cabo, nada disuelva más el compromiso profesional que la falta de reconocimiento y el hecho de quedar abandonado en medio de la irresponsabilidad general.
Naturalmente, el actual desbarajuste tiene padres –y madres– intelectuales. Los ideólogos y sus organizaciones que han estado dando cobertura al actual sistema, que han conmovido la toma de decisiones políticas, que han sugerido sus prioridades y metodologías, que han estigmatizado a quienes estaban advirtiendo del desastre, y que todavía alegan con cinismo que el problema es que se les ha hecho poco caso, no deberían liderarlo.
Los desafíos actuales del sistema escolar ya no se pueden encarar escondiendo sus causas por razones entre piadosas e interesadas. Nunca me he fiado de la sobrecarga moralista que se ha puesto sobre la escuela y que le ha hecho descarrilar de su verdadera capacidad emancipadora. Por decirlo con una frase, los valores se han comido las virtudes de la escuela. Es decir, su verdadera fuerza transformadora.